viernes, 14 de mayo de 2021

Volver

Volver, se pueden cerrar los ojos y volver.

De la misma forma, yo he vuelto a este blog, que tenía bastante tiempo sin visitar, hoy, 14 de mayo de 2021, en Madrid.

martes, 10 de octubre de 2017

Casi Medianoche

A dos hermanos de la vida.

De nuevo no podía dormir, de nuevo pensando en aquella película sin estrenar, escondida y llevando polvo en algún lugar de Valencia, o al menos eso creía. Hacía tiempo le había perdido el rastro a aquel misterioso director y su novia belga que hacía las veces de camarógrafa, representante, productora, editora y un montón de cosas más alrededor del aura de una obra que nunca había salido a la luz. Fue la lectura de The Night, de Blanco Calderón, lo que le hizo recordar aquella inédita película de la que solo había visto el tráiler en internet hace unos años. Aquella noche, en medio del insomnio, intentó buscar el tráiler para verlo de nuevo, pero todo intento de búsqueda fue en vano, no había rastro de la película en la red; la página de Facebook, el blog y la cuenta de twitter habían sido clausuradas.

Dos y media de la mañana, la avenida Bolívar es un perro hambriento que duerme, como siempre, con el sueño ligero de los que no han comido y están de mal humor, y eso lo saben Nelson y Darío mientras la recorren en moto, no se pueden equivocar. Ante ellos su destino, el Hotel Le Paris, o al menos lo que queda de él, un edificio de esplendor ajado y cubierto por el polvo y la cal que suelen dejar a su paso las revoluciones. El plan era sencillo: entrar de alguna manera al hotel y ubicar de inmediato la cocina del restaurant, donde según Guillermo, el padre de Andrés, su hijo ocultó una de las pocas copias de aquella película que dirigió, pero que nunca estrenó: Casi Medianoche.

Siguiendo las instrucciones del profesor Pedro Crespo, asiduo visitante del bar de aquel mítico hotel durante muchos años, Nelson y Darío habían ideado un plan de acción luego de que rompieran los dos candados que sellaban la puerta de servicio del hotel a un costado del edificio: derecho todo el tiempo hasta llegar a la recepción, luego a la derecha hasta encontrar una pared; en ese punto debía haber a unos dos metros de distancia hacia la izquierda una pequeña puerta, “como para un enano” había dicho el profesor, que daba entrada a la barra de su lugar favorito durante la década de 1980, porque a través de esa puerta se entraba al área de servicio del bar del hotel, el cual era una especie de antesala al restaurant. 

El ambiente, más que oscuro, era de una pesadez casi insoportable, porque podía decirse que los ruidos y luces de la noche valenciana penetraban en el hotel, pero solo lo hacían para morir en él, asfixiados por los vestigios de eventos decadentes que todavía bailaban en el aire. Todo ello más allá de que las paredes del hotel y los muebles de la recepción se encontraban en un estado sorprendentemente presentables, e incluso limpios, cuidados. Nelson y Darío lo sintieron, y una mirada que cruzaron ante la “puerta del enano” fue suficiente para comprobar que el sentimiento era recíproco. Aquí vive alguien, susurró Nelson, más para el hotel que para Darío, quien en ese momento se encontraba girando ya el pomo de la pequeña puerta, y entraron.

“En el Cine Arte Patio Trigal no tenemos cintas que no pasemos, y mucho menos si son venezolanas, porque acá siempre hemos apoyado al talento nacional”; sentenció Blanca Gárate con solemnidad y esa sensualidad casi innatas en ella durante aquella tarde lluviosa de julio. Le Sirup era el lugar, como siempre. Pero ¿no tienes ninguna idea de dónde la pueda encontrar? insistí, a lo que Blanca respondió: tú sabes que él sigue viviendo con sus papás, cerquita de aquí. Sí… con el señor Guillermo, respondí en modo automático.

No existía ya ninguna cocina, lo supieron desde el momento en que terminaron de cruzar la pequeña puerta. Ni cocina, ni restaurant, ni siquiera el tan añorado bar, aquello era difícil de definir. El lugar estaba en ruinas, abarrotado de todo tipo de objetos, sobre todo libros y periódicos de todas las edades, dispersos en mesas, estanterías, bolsas y en el suelo. Había también un toca discos antiguo, con una funda de un vinilo de Carlos Moreán al lado. Pero sin lugar a dudas lo que más llamó la atención de Nelson y Darío fue una luz tenue y que cambiaba de color desde el fondo, donde se encontraba lo que parecía la única sección de aquel espacio que había logrado mantener su privacidad gracias a un muro mugriento y desgastado.

Pasen, la película ya está empezando, ¿por qué tardaron tanto? – vociferó alguien detrás de ese muro cuando Darío y Nelson todavía no habían asimilado del todo aquel lugar, y el corazón se les heló al instante a los dos. Dejaron que las palabras reposaran en la pesada habitación, como si eso fuera a hacerlas desaparecer, pero la voz volvió a insistir: no tengo toda la noche hermanos, salgamos ya de esta vaina. Entonces Darío y Nelson se miraron por primera vez dentro de la habitación, y temblaban, como dos niños asustados bajo la lluvia, pero al mismo tiempo hallaron cada uno en los ojos del otro el valor para acabar de una vez con aquello, y avanzaron juntos hacia la luz. La sala al fondo de la habitación era pequeña, sin ventanas y sin muebles, solo había en ella un antiguo proyector de cine y un banco sin respaldar donde estaba sentada la voz, un hombre mayor vestido de traje y sombrero con gafas oscuras y un bastón, descalzo. El proyector estaba encendido, proyectando sobre la pared de frente al hombre un fondo negro salpicado por las características rayas blancas que aparecen en las películas viejas. Finalmente - dijo el hombre una vez hubieron cruzado el umbral - y bienvenidos - sentenció mientras se volteaba y se quitaba las gafas. Entonces el desconcierto de Nelson y Darío aumentó mientras dos ojos blancos y vacíos hacían el simulacro de verlos. 

Es el tipo del tráiler, el carajo del bastón, los lentes y el sombrero, el ciego – lanzó Darío al vacío.

Pero ni Nelson, ni el hombre mayor o el vacío respondieron, y en ese momento la imagen en la pared cambió. Ante ellos se mostró un plano completo del hotel Le Paris desde el otro lado de la avenida Bolívar. Era de noche y el hotel estaba abierto, luciendo un esplendor de otra época, con sus letras magenta de neón que invitaban a cualquier viajero que se estimara a adentrarse en sus fauces. De repente el sonido de una moto rompe el silencio de la noche y aparece desde el lado derecho de la calle, deteniéndose justo al frente de la entrada del hotel. Dos personas van a bordo de la moto, y mientras se bajan y quitan los cascos Darío y Nelson se reconocen a ellos mismos en la escena que se refleja sobre la pared.

Fotografía de Gian Cascarano


domingo, 16 de octubre de 2016

Relativismo trágico

"Die Leuchte Deines Leibes ist Dein Auge
Ist nun Dein Auge lauter,
wird Dein ganzer Leib im Licht sein;
ist aber Dein Auge böse,
wird Dein ganzer Leib im Finstern sein".
Matthew 6.22



Ha pasado un tiempo desde la primera entrada de este blog llamado relativismo mágico. Aquella entrada también se llamaba así: Relativismo Mágico, en un intento de introducción a un sitio donde las ideas e inquietudes de una mente esperaban encontrar desahogo y cierta libertad. Pero con el tiempo, esa mente ha aprendido a ser más paciente, ha aprendido a escuchar y mirar más antes de anotar y escribir, porque se dio cuenta de que quizás en un momento sus actitudes y posturas eran demasiado vehementes e impulsivas para lo poco que había experimentado en realidad: mucha tinta y papel, pero pocas cicatrices.

Sin embargo, la idea central de todo esto sigue presente en la vida de esa mente: el relativismo de todas las cosas de la vida. Es increíble, y no lo digo en el sentido cliché en el que solemos usar esta palabra, sino en el sentido de que es algo casi imposible y difícil de creer. Bueno, sí, quería solo acotar eso, pero ahora sigo, son increíbles las múltiples perspectivas que se pueden generar a partir de cualquier cosa y situación, y más increíble todavía son, sin lugar a dudas, los sentimientos y sensaciones que de esas cosas y situaciones se pueden desprender. Y hablo de todo, o al menos lo que mi mente me permite percibir como todo dentro de los sucesos y fenómenos ocurridos dentro del tiempo y el espacio que me han tocado vivir.

Todo es relativo…

Hay abandono, pero también hay exceso de protección
hay amor, pero existen los que se hartan de recibirlo
hay perdón, pero abunda el orgullo
hay palabras, pero existen dietas exclusivamente a base de silencio
hay violencia, pero hay quienes añoran ser maltratados
hay alegría, pero también está la envidia
hay tristeza, pero la autocompasión puede resultar un serio problema
hay miradas de amor, pero igual hay ojos sarcásticos
hay mucha hambre, igual o más que la comida botada todos los días
hay voluntades de acero, pero también existen los frágiles corazones
hay quienes quisieran contarlo todo, pero nadie los escucha
y hay algunos que hablan, y no necesitan convencer a nadie
pues ya lo han hecho desde el principio
con su imagen o primera palabra

hay quienes creen tener fe, y hay para quienes la fe no existe
hay quienes insultan para evitar encontrarse consigo mismos
y hay quienes alaban para evitar verse en un espejo
casi lo mismo

hay sueños, miedos y esperanzas
almacenados en algún lugar de todas las almas humanas.


Son muchas las cosas que podría contar, pero no tendría sentido escribir tanto cuando se trata de relativismo, sería una especie de “broma infinita” al estilo de David Foster Wallace, con todas mis limitaciones por supuesto, pero supongo que de cualquier manera no sería práctico escribir tanto en un blog. 

Eso sí, si hay algo que noté en los últimos años y merece ser nombrado es el matiz infinito que puede existir dentro de todo relativismo, como un espejo que contiene a su vez un espejo con otro espejo, y así infinitamente.

Hace más de seis años el relativismo era mágico para mí, entendiéndose mágico como un conjunto infinito de situaciones y posibilidades, ¿no es acaso eso la vida?

Hoy, sé que el relativismo es trágico también, y al visualizar todos los frentes vitales no puedo sino quedarme en silencio, contemplar, e intentar aprender.



Fotografía de Jacqueline Yammine 



domingo, 18 de octubre de 2015

Final de temporada

A pesar de todo, la vida es bella.
Goethe


Últimamente tengo en mi cabeza la sensación de un final de temporada, sí, como los de las series de TV, y no es que me crea yo la gran vaina, un actor de primera disfrazado de algún moderno protagonista, no, simplemente siento que a mi alrededor muchas cosas llegan a su final, a una etapa de “volver a comenzar”, y dentro de mí se manifiesta constantemente un sentimiento de “nostalgia anticipada”, pues hay cosas que no se han terminado aún y ya las percibo en mi alma con cierta añoranza.

Ahora bien, ¿no ha sido acaso la vida siempre así? es decir, se vive, pero a la vez se añoran muchas cosas en el presente, que es siempre: la infancia, los abuelos, los amigos, los sabores de la infancia, el olor de los abuelos, las voces de los amigos y tantas cosas que fueron hermosas sin que lo supiéramos en el momento, inconscientes en aquellos instantes de la gran belleza ante nosotros.

La verdad es que no lo sé, sinceramente no lo sé. No sé si la vida siempre ha sido así, es difícil dar una respuesta del todo certera al respecto, pero intuyo algo, adivino una oscura trampa en el presente, un detalle que probablemente es el detalle que inspira el sentimiento de final de temporada: la desesperanza.

No me quejo, no me gusta quejarme por nada en realidad, pues soy alguien en exceso afortunado en un mundo a veces tan desgraciado, a veces tan injusto y tantas veces tan grotesco, pero en el aire de estos tiempos respiro mucha desesperanza, una desesperanza preparada a base de ira, resignación y rabia, de la que quiebra y mata, nada buena para el alma.

Entonces quizás, solo quizás, es esta mortal desesperanza la que hace que sienta terriblemente presente en mi corazón la sensación de final de temporada, pues en los buenos momentos de mi vida, que afortunadamente nunca me han abandonado, siento últimamente una especie de aquella “nostalgia anticipada”, porque en el fondo temo que momentos como esos probablemente nunca vuelvan, y entonces ser consciente de la profunda belleza de un instante, un beso, un gesto o una caricia se convierte en una envenenada y desgarradora puñalada en el alma, es agonía en medio de la dicha. 

O quizás, solo quizás, es por la gente buena que, en medio de esta puta desesperanza, se ha ido y se irá.

Quizás, solo quizás… no lo sé con certeza. Lo único que sé realmente es que yo no quiero que, aquí o en cualquier lugar, se apodere la desesperanza de mí, ni de los que se quedan, ni de los que se van, porque aquí o en cualquier lugar, sé que la desesperanza envenena lentamente y al final acaba por aniquilar todo lo bueno que de un alma puede surgir.

Puede llegar a su fin una temporada, e incluso la serie en sí puede terminar para siempre también, pero nada impide que otras a su vez, temporadas o series, comiencen para tejer los hilos de una nueva trama, hermosa trama, a pesar de todos los vaivenes que tienen los capítulos de una vida.




domingo, 4 de octubre de 2015

Carne y refresco

¿Cuál es la mejor manera de llamar a un mesonero en un restaurante que solo ofrece "carne y refresco" en su menú?

"Carne y refresco" es la suculenta oferta que se presenta ante los ojos del conductor o pasajero poco antes de llegar al "Fundo La Maizena", atendido por sus propios dueños, un poco después de pasar el oscuro Km 88, en "El Dorado". Ah, también venden cerveza.

"Pápa", se atrevió primero Panchi, precedido de un leve silvido.

"Compi", propuso un poco fastidiado y hambriento el recién levantado Chu.

"Jefe", exclamó con aplomo y seguro de sus palabras César.

Jessica y Manuel no lo intentaron ni opinaron sobre el tema, creo que no les interesaba.

En medio de esta curiosa discusión llega al fundo un hombre de unos 48 años de edad, alto, robusto, algo regordete quizás, maracucho...

"¡Buenas tardes!", saluda el hombre activa y amablemente con su peculiar acento marabino.

"Buenas tardes", respondimos algunos al saludo del recién llegado.

Acto seguido, el hombre vociferó con una autoridad incuestionable: "Hermano, un fresco por acá por favor".

Ninguno de nosotros dijo nada, pero todos entendimos cuál era la manera de pedir algo para tomar en un lugar que ofrece en su menú "carne y refresco".

Acto seguido, César imitó al detalle el discurso y los gestos del maracucho, y efectivamente la fórmula resultó exitosa, pues el dueño del fundo (lo asumo porque tenía una franela blanca con la fotografía de una vaca marrón en el centro y la leyenda "Fundo La Maizena") hizo caso a nuestro llamado (el de César en realidad) y al llegar ante nuestra mesa expuso la oferta de carnes y refrescos disponibles en el menú: "El kilo de carne está en 2800 bolívares" fue todo lo que dijo en un principio, pero luego de un breve consenso entre nosotros y de que finalmente nos decidiéramos a pedir 2 kilos añadió: "déjame ver, no sé si llego a los 2 kilos". Ante este escenario César, observando que otros comensales disfrutaban además de la carne de un plato que venía con yuca y ensalada (yuca al vapor y ensalada de repollo, como la de los perros calientes), preguntó al mesonero/dueño por un plato de estos (no, dos mejor, dijo). "OK", dijo el mesonero/dueño mientras anotaba. César, no muy convencido intentó reafirmar el pedido: "Compa, con bastante yuca ya que no hay mucha carne", a lo que el mesonero/dueño respondió "No sé, déjame ver, porque no sé si me queda mucha yuca", acompañando estas palabras con un gesto de calma de la mano que no escribía. Ante esto César se dio por vencido, pero al menos lo había intentado, aunque al final no hubiera suficiente carne o suficiente yuca. Por otro lado, el refresco sí estaba plenamente garantizado, eso sí, solo Pepsi o Frescolita. Dos Pepsis fue la orden (no, primero mejor trae una y luego la otra, acotó Panchi antes de que el mesonero/dueño se alejara de nuestra mesa).

La comida no tardó en llegar, y todo fue una ilusión, una táctica del mesonero/dueño, pues no faltó aquella tarde ni carne ni yuca, además de la ensalada que sí estaba previamente garantizada. Quedamos todos satisfechos. Vale acotar que Manuel, haciendo honor al eslogan del lugar, solo comió "carne y refresco" durante aquel almuerzo. Buen almuerzo aquel.

Luego seguimos nuestro camino.




domingo, 2 de agosto de 2015

Ecos (A la 37)

A la 37

Alguna vez, con poco más de 17 años K pensó en todo lo que había vivido hasta entonces, sentado en un pupitre de un salón, en el tercer piso del Colegio Calasanz de la ciudad de V, y se dio cuenta, aunque suene demasiado obvio y lógico, que para entonces más de la mitad de su vida, casi unos 12 años para ser exactos, los había pasado yendo prácticamente todos los días a ese lugar, compartiendo con mucha gente que aquella vez estaba sentada a su alrededor en el mismo salón. Pero a veces lo que es demasiado obvio y lógico no suele ser precisamente demasiado visible, y K lo sabía.

Por otro lado, más de una vez temió K que alguna que otra clase nunca terminara, y que el destino lo condenara a vivir eternamente en una calurosa clase de matemáticas o de historia de P, sobre todo cuando la clase tocaba en la última hora... esa que iba de mediodía a 12:45 de la tarde. Vale acotar en este punto que el timbre de mediodía solía ser especialmente caluroso respecto a los demás, o al menos eso cree K, pero no sabría decir por qué, quizás era una cuestión mental, o tal vez los autos que recogían a los felices estudiantes que ya habían salido de clases para ese momento calentaban especialmente toda el área del colegio hasta los mismos salones, o puede que fuera el ruido, o el hambre, y a veces hasta el mismo amor no correspondido, todas esas cosas dan calor. Sin embargo, muchos años después, K entendió que "todo pasa", desde la alegría más eufórica hasta la tristeza más profunda, desde el instante más hermoso hasta la imagen más terrible, desde el encanto más fantástico hasta el asco más sincero, desde el calor más azul hasta el frío más rojo... todo pasa, y lo que nos queda es saber apreciar cada momento en su más justa y pura medida, sin pensar en el mañana, porque como K suele repetir constantemente: "siempre es hoy".

Así, K aprendió después de un tiempo a no atormentarse con el tiempo... y así se dio cuenta que no existen clases demasiado largas o demasiado cortas en la vida, la medición del tiempo es un invento, ni amigos efímeros o eternos, una amistad verdadera no vale gracias al tiempo, ni timbres fríos o calientes, porque el sonido al fin y al cabo siempre es el mismo, su interpretación depende de cómo esté el corazón. K entendió que simplemente la vida es, siempre en presente, un viaje en el cual, aunque a veces no lo entendamos, la espera y la contemplación son las más grandes bellezas, porque el que espera respeta y el que contempla ama.

El 26 de julio del año 2005 sonaba justo a las 7 de la mañana aquel potente e inconfundible timbre de tantos recuerdos, de tantos finales y comienzos, de tantos fastidios y alivios, de tantos momentos, de tantos recreos, y en fin, de tanta vida. Sonaba aquel timbre marcando el inicio de un día de clases sin alumnos en el Colegio Calasanz de la ciudad de V. Sí, sin alumnos, porque aquel día ya no habían clases, ya estaban todos los estudiantes de vacaciones, más ello no impedía que el timbre siguiera sonando, y los que alguna vez fueron al colegio en días sin clase lo saben y lo pueden corroborar, es un timbre automáticamente programado, que no distingue en su mecánica naturaleza cuando hay o no alumnos sedientos o temerosos de su estridente sonido. Y los de la promoción XXXVII lo saben también, aquel día se graduaron, y más nunca volvieron a estar todos juntos en el mismo lugar, en aquel colegio de la ciudad de V.

De vez en cuando, algunas noches, K sueña con clases y recreos en aquel lugar, con caras que hace tiempo no ve, con voces que hace años no escucha... y entonces K vuelve a recordar lo bueno que fue, y entiende que sí, que inevitablemente todo pasa, pero también entiende que ello no impide de ninguna manera que lo alguna vez vivido siga siendo hermoso.



lunes, 29 de junio de 2015

Apuntes sobre el color rojo

Rojo, todo era rojo ante mis ojos.

Cerrados y tranquilos mis ojos, soñando, bajo aquel resplandor de sol caribeño.

Yo no quería abrir los ojos, quería vivir en aquel contraste de rojos, desde el negro hasta el amarillo, todo era tranquilidad,y ahí estaba yo, acostado sobre ardiente arena que no quemaba, arropaba.

El rojo es mi color favorito, lo sé desde que era un niño, por más que durante algún tiempo haya tratado de ignorarlo.

Rojo es el color del amado tomate y rojos los labios que anhelo, inocentes y ardientes, como estos granos de arena, aunque aquellos no arropan, queman, a distancia, con altiva indiferencia, pues nunca los he probado, pero son rojos, y eso me basta para imaginar, aquí, acostado, con los ojos cerrados, soñando, añorando, lleno de sol, en fin, feliz, a pesar de la sed.

La sed era azul, en contraste con tanto rojo, pero el agua estaba ahí, ante mí, yo solo debía levantarme y dejar el rojo atrás, más no era esa mi intención, ¿o acaso existe en el mar un lugar donde rojo y azul se funden calmando el deseo y la sed a la vez?

Tengo miedo, lo sé, porque más cómodo es estar arropado por las arenas de la imaginación que dejarse llevar por las aguas del deseo.

Es más fácil vivir con los ojos cerrados en el rojo imaginario que adentrarse en las aguas violentas de la pasión en la búsqueda del rojo que realmente amo, porque sí, el mar también puede ser rojo si se ahonda en su terrible profundidad, cerrando los ojos y abriéndolos en sus aguas saladas que endulzan el alma.

Rojo, todo era rojo, incluso ella, aunque no lo supiera con certeza, pero estaba seguro de que ella era rojo, aunque poco la conociera, rojo, igual que yo.