martes, 25 de octubre de 2011

Breve inspiración

Se puede escribir de muchas maneras, se puede pintar bajo la más diversas y experimentales influencias, se puede componer con sonidos infinitos que revolotean en la mente, pero la inspiración a todo esto, es algo que no se puede definir, porque viene y va, y entre todas las artes se confunde, pareciendo a veces la misma, y otras veces con una cara tan distinta, pudiendo ser alegre o ser cruel, y de nada servirá esa pregunta de ¿por qué?... ¿por qué tan alegre? o ¿por qué tan cruel?, es cuestión sólo de tomarla y aprovecharla, antes de que se vaya, caprichosa como es.

En mi caso, no suelo escribir sin inspiración, pero hoy, día de pocas ideas, entre estas líneas tan opacas y simples, no se trata de que no la encuentre, porque está a ahí, lo sé con certeza, porque también me ve, sólo que hoy elijo contemplarla, desde lejos para que no huya.

Contemplo y me asombro, y anhelo que escribir, pintar o componer pase a ser algo superfluo, porque si en verdad es una digna inspiración, sólo queda vivirla.

sábado, 17 de septiembre de 2011

Máscaras y Puñales

Desperté, como todos los días, con los primeros acordes de aquella vieja canción, puesta en vano todas las noches como alarma en el teléfono para intentar levantarme con los primeros rayos de sol, pero siempre es estéril, siempre es lo mismo, apago la alarma y aunque no siga durmiendo me niego a levantarme, sin un motivo convincente y suficiente para salir con prisa a la vida.

Sospecho que esa pereza de salir a la vida proviene del asco y aburrimiento que producen a menudo las máscaras y los puñales que abundan en este mundo. Pero por otro lado soy injusto y lo sé ahora que me levanté, pues no suelo contemplar al despertar, cuando los sueños y las realidades empiezan a ser distinguidas con mediana claridad, el anhelo perenne en mi alma de encontrarme en el mundo con sonrisas y caricias sinceras, espontáneas e inesperadas, como sólo pueden llegar, porque sé que existen, las he visto y las he sentido.

No puedo culpar a la canción, y mucho menos puedo culpar al mundo, ya que quiera o no, soy parte de él, y como todos sí, he usado máscaras y he clavado puñales por costumbre; costumbres vacías sin placer que me aburren y que por eso quiero olvidar.

El problema entonces no está, ni en la máscara ni en el puñal, que siempre existirán, sino en la elección propia de qué ver y para qué vivir, y buenas razones sobran en el mundo para despertar y levantarse sin dudar.

Porque el verdadero dolor no está en el engaño de la máscara ni en la herida causada por el puñal, sino en el olvido de dormir por siempre y no saber lo que es despertar, lo que es sentir, lo que es vivir.

miércoles, 14 de septiembre de 2011

Sequía

"Comienza a escribir antes de que deje de llover" sugirió Adriana alegremente mientras saltaba de pronto de la cama.

Entonces Sebastian no pudo evitar sentir repulsión por aquella mujer, aún cuando recién salían del amor, pues si algo no soportaba, era la presión. Intentó pues, contestar laconicamente, pero no pudo evitar dejar escapar entre sus palabras un dejo de rabia: "¿Qué carajo tiene que ver que llueva?... (sabía que el "carajo" había sido punzante, como siempre lo es)

Adriana seguía de pie, y contemplaba la lluvia con la frente apoyada en el frío y sucio vidrio de la única ventana en aquel cuarto, como una niña que se quedó sin ir al parque en la tarde por culpa del agua, y al oir las palabras de Sebastian rió con desprecio, a la par que decía más para sí misma que para el otro: "¡Olvídalo!... No tiene en realidad importancia, y si no lo captas es porque lo nuestro sólo fue un momento, y así se quedará".

La mejor respuesta que Sebastian pudo encontrar fue encender un cigarrillo, en medio de aquel monólogo del cielo, una verborrea de agua que no paraba desde las tres de la tarde.

"Lo que te dije sobre escribir fue sólo porque pensé que escribías realmente... Te creí ayer cuando lo dijiste en el bar" intervino Adriana una vez más sin mirar a Sebastian.

A lo que Sebastian, recostado cómodamente en la cama, no pudo ya ocultar su desprecio y mal humor: "Obviamente nunca has escrito y no sabes nada al respecto, así que por favor mujer, no hables por hablar que me jodes la vida".

Adriana volvió a reir irónicamente y esta vez si despegó su frente de la ventana para encontrarse con la mirada compulsiva y vacía del otro, y sin prisa ni rabia contestó: "Jodida tienes tu ya la vida, porque dices que escribes, y obviamente no sientes, sólo sabes que llueve y no notas que lloro, y aún yo, ingenua, o quizás tonta, intento rescatarte, pero sólo me sirve para errar de nuevo, y saber que estoy sola".

Sebastian, abiertos los ojos como platos exclamó: "No joda loca, vete a la mierda".

Adriana, ya desde el umbral de aquel cuarto, pausadamente respondió, y esta vez las palabras no fueron para ella, sino para otro: "Tranquilo, hace tiempo que ya te mandé yo primero al carajo".

sábado, 3 de septiembre de 2011

Tributo a un Sabio

No he escuchado una palabra,
y ya estoy aturdido,
pues en la quietud de la oscuridad,
tus latidos delatan tu perversidad.

Te oigo venir, sigiloso y desentendido,
de la realidad mundana y de los convencionalismos lingüísticos,
porque tu nombre es formal,
sólo para explicar tu naturaleza surreal.

No es cuestión de experiencia,
mucho menos de fe,
pero a veces tu presencia,
sencillamente me desorienta,
y no sé donde estoy,
ni me preguntes hacia donde voy,
porque bien sabes la respuesta,
que natural e ingenua,
se delata con mi pasión inexperta.

Sé bien que quisieras torturarme,
pero eso quisieras si me despreciaras,
porque tu mística naturaleza,
no posee en realidad pies ni cabeza,
dejando abierta la posibilidad,
a la más sutil relatividad.

En ti he conocido sentimientos,
y en ti he encontrado verdades,
por imposición de la vida,
o por azares del destino,
más lo cierto es que a lo largo del camino,
todo acaba siendo relativo.

Te contemplo y aprendo,
porque en ti me veo a mi mismo,
y el universo que encuentro,
acaba por ser infinito,
no siendo ello un problema o dilema,
al contrario, es un alivio,
pues saber que nunca estaré satisfecho,
me hará siempre volver a tu lado a preguntarte,
a absorber tu sabiduría,
eterna y bendita.

Y después de todo,
probablemente mis días terminen junto a ti,
y entonces no estaré sólo, no,
me acompañará “El Silencio”.

sábado, 20 de agosto de 2011

2042

Si algo debo confesar luego de tanta vida y tanto camino es que nunca olvidaré aquella tarde en la que finalmente pude volar, aquella tarde de sol en la que cumplí el deseo de aquel niño soñador criado en la juventud del siglo XXI, y que hoy niño de nuevo, porque de eso puede que se trate esta vejez, recuerda los sonidos, percibe el aroma de aquellos lejanos instantes, pero que sobre todo contempla vivamente en su corazón aquellos sentimientos, aquellas sensaciones, que a pesar de no estar ya, jamás abandonaron su aliento, porque el sabor de aquella tarde en su boca, de una u otra manera, se hizo eterno.

Nunca pensé que llegaría a montarme en un auto volador, de esos que tanto aparecieron en las caricaturas y cuentos de ficción durante mi infancia, porque siempre pensé que eran más capricho de la imaginación que de la misma razón, pero ahí estaba yo, año 2042, en medio de lo que a todas vistas parecía el interior de un auto normal, como aquellos de los años 20‘s cuando todavía existían los semáforos, sólo que aquí podía cumplir mi sueño, podía volar.

Fuiste entonces la primera persona en la que pensé para que me acompañaras aquella tarde de agosto, quizás porque solíamos ser amantes, o sólo por el hecho de no tener a nadie más, en verdad ya no recuerdo lo que antes de invitarte pensé, tal vez porque lo que vino después, todo lo anterior opacó. Llevabas aquel vestido “natural”, como lo solía llamar, de flores silvestres sobre el blanco que siempre te fue bien, ajustado a tu cuerpo, delineando a la perfección tus curvas de Venus, que hoy esperaban ansiosas volar en el auto nuevo, porque no lo pensaste dos veces, y te montaste conmigo.

Manejar aquella máquina resultó más sencillo de lo que creía, pues era prácticamente lo mismo que manejar un auto antiguo, sólo que volabas, aunque eso sí, en el campo no habían aún muchas señales aéreas, por lo que el trayecto lo hicimos a pura conciencia, cosa que no nos molestó en absoluto, absortos como estábamos contemplando aquel paisaje, ante aquel cielo que hasta aquel día sólo había hospedado a nuestros papagayos de la infancia, y que hoy nos permitía fluir a través de él.

Aún guardo en el recuerdo aquel silencio que sobrevino al final de aquella vieja canción que no dejabas de escuchar, y que cantamos entonces para recordar y disfrutar, del tiempo pasado y el actual, sin distinción, detenidos en medio del aire, porque aquel auto también tenía una especie de “P” como los antiguos, a pesar de llamarse “F”, supongo que por flotar. Era un silencio especial, porque no sentía la necesidad de hablar, sentía que hacerlo era no comprender la belleza de aquel lenguaje universal que tanto había buscado y que por fin parecía vislumbrar a través de tu mirada.

Nos miramos los dos, y contemplamos la verdad, el uno en el otro, de eso estoy seguro, aunque no hubo palabra alguna de por medio, y entendimos el sentido de aquel momento, de aquella vida, y ya no existía para nosotros aquel moderno auto o el tranquilo campo, porque sencillamente “volar” lo opacaba todo. Siempre fui adicto a tus besos, y adorador de tu cuerpo, pero aquella mirada en medio del cielo dio sentido a mi vida, pues era todo lo que realmente buscaba, y quizás precisamente por eso te invité aquella tarde de sol, pues como no buscar lo que sabes que existe y es posible, lo que sabes que vive secretamente en corazones dormidos pero vivos, escépticos pero al final voladores.

Hoy, cuando el azar me confina a esta fría cama, aquella tarde es mi alegría, y sonrío ante el cansancio y el dolor, porque realmente son insignificantes al lado de mis recuerdos, llenos siempre de flores silvestres, que me dicen que viví porque me cuentan que volé alguna vez, y no hay muerte que pueda llevarse eso.

domingo, 24 de julio de 2011

Aquellos tiempos

Alguna vez he tenido la sensación de que la vida va muy rápido, demasiado rápido para lo mucho que hay que ver, para lo mucho que hay que contemplar y sobre todo, para lo mucho que realmente hay que aprender a querer, a amar. Y aunque hablar de lentitud o rapidez puede carecer de sentido ante el argumento de que el tiempo es constante, sé de momentos que no conocen al tiempo y sé de tiempos que no condicionan momentos.

Sé de alguien que mientras estudiaba en bachillerato siempre el azar hizo que las clases de matemática fueran en su sección durante la última hora, antes de que el ansiado timbre anunciara una tarde libre de deberes formales, o al menos eso afirma aún, siempre con una sincera impresión de alguien que nunca deja de sentir curiosidad por "esas cosas del destino". Me cuenta que no se trataba de un sentimiento personal en contra de las matemáticas, pues aunque no era precisamente un apasionado de los números se consideraba hábil con ellos. Sus sentimientos en aquellos momentos giraban sobre todo en torno al tiempo... Sí, el tiempo, porque constantemente no dejaba de preguntarse si eventualmente en algún momento acabaría aquella clase llena de números y de letras que querían ser números, con una ansiedad que no sólo denotaba el querer ir a descubrir que habían hecho de comer en casa, sino una sensación de desesperación por comprender el ¿por qué? de su obsesión con el tiempo en cuanto a si era lento o rápido, o a si lo estaba aprovechando o no, divagando como estaba siempre.

Pues bien, muchas "clases de matemática" pasaron, para luego dejar de pasar, y hoy, cuando el bachillerato y los recreos ya quedaron atrás, "alguien" cree entender mejor al tiempo que antes, pues sabe que eventualmente las clases terminan, las películas llegan a su fin y las canciones dejan de sonar, para dar paso a otras clases, otras películas y otras canciones, pero ya no espera con ansias que terminen, sino que anhela captar de ellas sus sabias esencias, sus bellas imágenes y sus delicados sonidos, porque cree que de no hacerlo correría el riesgo de quedarse ciego y no ver, no contemplar, y sobre todo, no aprender a querer, a amar.

Y entonces la vida no pasará con lentitud o rapidez, porque se tratará más bien de captar los momentos, fluyendo con ellos, fugaces o infinitos, y así, sintiendo, nos olvidaremos del tiempo.

viernes, 22 de julio de 2011

Ocasos de sal

Ella sólo esperaba, como siempre, la llegada de las seis de la tarde, con aquel sol radiante y a la vez moribundo de la costa, para ir a reunirse una vez más con su amigo silencioso, aquel que va y viene en un murmullo incomprendido por la lenguas humanas pero perfectamente entendido por los espíritus pacientes, entre rocas y arena, entre peces y ballenas, bajo cielos claros o estridentes, siempre omnipotente.

Y sus pies se mojaban indefensos, con las olas de la costa, de esas espumosas y saladas, y se le aceleraba entonces repentinamente el corazón, sin saber si era por el frío en los deditos de los pies o por el recuerdo de lo esperado, y mientras tanto, sólo aquel viejo faro era su cómplice. Su mirada solía perderse siempre con relativa facilidad, más ese no era el caso de su esperanza.

Hacía tiempo aquel viejo faro había dejado de funcionar, y realmente a nadie más que a ella le importaba, pues a estas alturas de haber acabado la guerra, sólo ella esperaba la llegada de aquel barco.

domingo, 10 de julio de 2011

Lo qué decidió un loco

Siempre, de manera inevitable y definitiva, el tiempo será una de esas variables ineludibles en nuestra existencia, porque lo queramos o no, el momento de ahora pasará, este domingo dejará de serlo, e igualmente la vida en un momento u otro, se extinguirá, como la de todo aquel dichoso ser que vivió, vive o vivirá. Porque como dicen por ahí "el tiempo no perdona", aunque en realidad (siendo sincero) me parece triste verlo bajo un disfraz de perdón, porque es mucho lo que el tiempo da y ofrece, infinito en realidad, entonces es mejor, que en cuestiones de tiempo, olvidemos al perdón, o al menos esa es mi opinión. Ahora bien, lo infinito... no, eso no puedo olvidarlo (o no debemos olvidarlo, si prefieren).

El mundo está lleno de lamentos (y esto no es un secreto) de hombres y mujeres que imaginan "lo que hubiera sido de ellos" tomando otra decisión, otro camino: "hubiera sido otro destino" dicen, para luego afirmar "eran otros tiempos". Pero realmente carece de sentido fantasear con lo que ya no está y ya no será, porque es redundar en lo que nunca debió haber sido redundante, pues una decisión se toma sólo una vez. Que otras decisiones posteriores luego se parezcan es otra cosa, casualidad quizás, o terquedad probablemente, pero ciertamente son otras decisiones, individuales e independientes de lo que decidimos ayer y de lo que decidiremos mañana, porque aunque intentemos aplicar cierta lógica a nuestros actos y a nuestra vida misma para hacerla coherente, un decisión se toma en un momento y en un espacio azarosos, que sí, son infinitos.

Ahora bien, habiendo intentado comprender ese azar y esa infinidad, el surgimiento de una pregunta es inevitable (suponiendo que estemos interesados aún en el tiempo), y es... ¿cómo se supone que hemos de decidir?... Respuesta absoluta no existe a esa pregunta me atrevo a decir, pero de igual manera me atreveré a responder, porque ya la planteé, y además algo me dice que todos somos capaces de responderla.

Creo que una decisión, ante todo y siempre, si queremos estar tranquilos con ella, debe ser sincera y auténtica. Es decir, muchos son los factores que envuelven una vida, tanto internos como externos, tanto de afuera como del alma, pero al fin y al cabo lo que importa es la propia paz, porque nadie nos la dará más que nosotros mismos, cuando estemos tranquilos con lo que hicimos y dijimos. Creo eso, pero yo, mucho he dicho y mucho he hecho sin sentido, quizás para ofender antes que amar, y no sé si está mal, porque a mucha gente así el amor se les da, pero en cuanto a la paz, dudo que con odio y se pueda alcanzar, por eso trato, a veces con éxito y otras con fracaso, vivir sinceramente, para decidir de igual manera, y así entonces poder reir a rienda suelta para alegrar al corazón, saltar y jugar para cansarme como un niño que no se preocupa por un nuevo "raspón", llorar porque simplemente es la mejor manera de ahogar un momento, trabajar con la convicción de que nuestras manos pueden hacer un mundo mejor, y hasta enamorarme y demostrarselo, porque la amo, sin miedo a "los coñazos del amor", sobre todo porque particularmente, lo menos que puedo guardar u ocultar es el amor. Esa es mi respuesta y la manera en la qué he decidido vivir, o mejor dicho, en la que intento vivir.

Podemos vivir muchas cosas, buenas o malas, y siempre el anhelo de evolución estará presente en el humano. La cuestión está en como es concebida dicha evolución, pues para algunos puede ser adquirir con anhelo desesperado y ansiedad el último modelo de un vehículo que "marca tanto en el tablero y raspa tanto en autopista", para otros está la evolución en asegurarse el futuro con una buena profesión que lleve a un buen sueldo y para otros está en beber mucho hoy para no recordar nada mañana... En fin, las concepciones de "Evolución" también son... sí, infinitas. Pero no podemos negar que mientras más vivimos, más es nuestra oportunidad de aprender, y si algo he percibido yo algunos días del ayer, y me alegra percibir hoy, es el hecho de que sin sentir verdaderamente sinceridad en nuestros actos y decisiones la evolución no es posible, pues se puede engañar a mucha gente y a muchos corazones, pero nunca al propio.

No contemplo entonces una manera de evolución sin ser sincero. Entonces sí... Para aprovechar el tiempo y luego no pedir perdón: reiré cuando quiera y lo sienta, jugaré y saltaré para caerme como un niño que no entiende de hematomas y cicatrices, lloraré para ahogar momentos, trabajaré convencido de que mis manos pueden construir un mundo mejor y sobre todo, me enamoraré para amar como un loco, un loco que no entiende ni sabe nada de "los coñazos del amor", porque el tiempo pasará como pasó este domingo y se llevará todos aquellos sentimientos que no expresamos por cualquier razón, como igualmente se llevará a los falsos, pero seguro estoy de que el tiempo hace y hará eternos a todos los sentimientos generados y expresados con sinceridad, la de una mirada o una palabra, pues el corazón y el universo siempre lo sabrán.






domingo, 26 de junio de 2011

La Bicicleta

Una vez, hace ya más de una década, hacia el final de aquellos 90's donde transcurrió mi infancia, un amigo me preguntó en el colegio, en medio de un recreo y luego de contarme lo bonita que le parecía "fulanita": ¿y a tí? ¿quién te gusta?... Lo sé, cuantas cosas y preguntas no pueden darse entre niños en un recreo, y más en cuanto a "gustar", donde todo es tan relativo de pequeño, pues sólo pensamos en el momento, además de cuando toca el recreo. Pero yo respondí, como buen muchacho de cuarto grado que no va a quedarse atrás con respecto a los demás, y mi respuesta aún hoy, no deja de sorprenderme.

Luego de haber digerido parcialmente la pregunta levanté la vista y la ví, casualmente estaba ahí, cerca de las escaleras del patio cubierto, entre niñas que hablaban y miraban alrededor, y sucedió que aquella niña que en un momento fugaz me pareció sólo bonita era ahora mi respuesta, pero no porque la necesitara urgente y desesperadamente, sino porque su presencia fue naturalmente la señal más clara, y como era sólo un crío, no necesitaba más, me enamoré, o al menos eso creí en aquel momento. Digo que creí, pero en realidad no lo sé, supongo que enamorarse es como andar bicicleta, aprendes a andar con las que traen rueditas y ya te crees grande y te pavoneas de saber andar bicicleta, aunque en ese caso sólo unas cuantas caídas bastarían, y generalmente ese no es el caso del amor, o al menos el de aquel niño distraido amante de los recreos.

El tiempo transcurrió como siempre lo ha hecho, y me enamoré más de aquella chica de las escaleras, sin saber realmente por qué, pues ella no hacía más que evitarme e ignorar mis básicas pero sudadas cartas (probablemente ese es el ¿por qué?), pero simplemente me encantaba como era, y sin conocerla realmente bien, sentía que la amaba.

Amé a aquella chica de las escaleras un poco más de la cuenta, porque objetivamente hablando nunca fui algo serio para ella, pero algo habré aprendido seguramente, aunque ahora no lo recuerdo. Lo cierto es que ese amor sólo se fue por aquella otra chica de la salida, siempre tranquila esperando a su padre, y con esa elegante y a la vez seca expresión que ahora reconozco como aturdimiento cuando yo le hablaba en mis torpes intentos de cortejarla, de los cuales no me arrepiento. Pues bien, supongo que ya se lo imaginan, aquello me sucedió más de una vez, y no me quejo, porque en realidad en alguna ocasión tuve suerte, y lo bueno y lo malo me enseñó, más allá de los recuerdos, donde me quedo siempre con los buenos.

Definir el amor es irrelevante, pues sus matices son infinitos, y su complejidad va más allá de querer y ser querido. Es por ello que en mi humilde opinión el amor no se define, sino que se vive, porque entre idas y venidas vamos construyendo en nuestra alma nuestras propias visiones y nuestras propias fantasías, y es en base a ello que buscaremos "vivir el amor", hoy o mañana.

Quizás todo esto resulta demasiado informal, y probablemente todo esto resulta demasiado personal, aunque ciertamente nadie lo sabrá, pero de algo que no dudo hoy y espero no dudar mañana es del amor, de enamorarme sinceramente de una mujer, pues amar nos hace sentir, y amar nos hace vivir realmente en este mundo, intensa y apasionadamente, si es que hablamos de amar de verdad.

Ya no soy un niño, y quizás por ello extraño el "enamorarme de las chicas en las escaleras que no conozco", pero de tanto amor dado y recibido no puedo sino estar agradecido con el universo y dispuesto a vivir dignamente, es decir, vivir amando, siendo consciente del hecho de que hoy y mañana, al andar en bicicleta, con rueditas o sin ellas, siempre existirá la posibilidad de caer.




domingo, 12 de junio de 2011

Mundo en Movimiento

Descansaba del ejercicio en una isla, de esas en medio de una avenida, ya saben, donde están fijos en la tierra aquellas estructuras metálicas para ejercitarse físicamente: abdominales, paralelas, barras, flexiones... como quieran llamarlo, pero yo sólo descansaba, con una respiración un poco cansada, pero no acelerada, con la vista perdida y desenfocada, absorta la mente en no sé que pensamientos, ya ni recuerdo. Sólo recuerdo que entonces ví, de casualidad, como pasaba un reluciente carro azul oscuro frente a mí, a través de la avenida por supuesto. No ví quien manejaba, pero no viene al caso, porque lo que ví fue más que eso, al menos una lección, después de una breve reflexión.

Ví una niña, de no más de tres años de edad, asomada en la ventana del piloto, sonriendo al mundo, a ese mundo en movimiento desde el automóvil, donde de pequeño quizás no sabes si te mueves tú o se mueve el mundo, porque simplemente eres demasiado feliz e ingenuo para pensar en eso. Su mirada me encontró, y su sonrisa me alegró, porque en parte recordé lo feliz que de niño se es, pero por otro lado también me percaté de cierta inmadurez de la adultez.

¿Por qué inmadurez?... Pues porque simplemente muchas veces no puedo ser como aquella pequeña niña que se asombra ante el mundo en movimiento, y por el contrario elijo preocuparme por los movimientos del mundo incluso antes de que sean hechos, pero claro, no es que pretenda ser un perfecto ingenuo, no, no se trata de eso. Se trata de que en la medida en que elejimos preocuparnos (y en este sentido "hay muchas cosas por las que vale la pena y debemos preocuparnos") lo hacemos progresivamente de una manera tal en que llega un punto donde todo movimiento del mundo ha de ser necesariamente un problema, y ya sólo estamos al acecho, predispuestos a disparar sin pensar, pero lo más triste del caso es que se trata de algo que la perversa "costumbre" se encarga de disfrazar muy bien, haciéndonos creer cómodos y sabios.

Ver al mundo en movimiento es estar dispuesto a crecer y a alegrar el propio o ajeno día simplemente porque esperamos lo mejor de la vida propia y ajena, a pesar de que somos conscientes de la maldad y la vileza, también propias y ajenas, sin saber que toca después, pero con la certeza de lo que hoy toca hacer. Y es que si existimos como humanos, existimos para triunfar y errar, para encontrar y perder, para nacer y morir, y es mejor hacerlo con buena fe, pues la alegría y la buena energía nos sentaran mejor, o al menos eso fue lo que aquella niña desconocida me transmitió.

No quiero ser niño otra vez, porque ello es no saber valorar la vida en sus justos tiempos y espacios, pero sinceramente no quiero olvidar lo que de niño aprendí ni lo que hoy aprendo, porque entonces cuando tenga cincuenta años, no sabré ver al mundo en movimiento.

sábado, 21 de mayo de 2011

La gente

La gente por aquí, la gente por allá, la gente de los consejos y la gente de la experiencia. Sí, de mucha gente hablamos y de mucha gente solemos escuchar, pero en verdad no podemos definir ese concepto tan abstracto e hipócrita socialmente hablando, porque todo aquel que habla de la gente (incluyéndome) parece abstraerse de ese desdichado grupo, llamado "la gente".

Y es que el hecho parte de que como humanos, hombres y mujeres, nos gusta hablar del otro, saber como está, si peor o mejor que nosotros, porque internamente ello se percibe, y se sufre o se disfruta. Pero la verdadera ironía en todo este asunto es que normalmente como humanos siempre vociferaremos a los cuatro vientos (en circunstancias normales o extraordinarias) "lo poco que nos importa la gente", y resulta entonces que las acciones y actitudes demuestran todo lo contrario cuando buscan mendigando una aprobación social o una imagen decente de cara a eso que llaman "la gente". Todo ello no es algo malo, no, es algo triste, porque depender de ideas ficticias es abandonar la propia naturaleza. Y la propia naturaleza ¿qué nos dice?... respondo por mí:

Creo que nuestra propia naturaleza primero nos dice lo que debemos ser y como serlo, en armonía con nuestro "yo" interior, y luego de eso, sí, ser parte de "la gente", pero no de aquella que se supone ha de ser normal y un modelo a seguir, no, porque no se trata de eso, sino de ser parte de aquella que es libre. Libre porque no obra de acuerdo a lo que se habla o lo que se opina, sino de acuerdo a lo que se siente, porque sinceramente, todo hombre o mujer siente el bien y el mal cuando lo hace, y ante las conciencias no hay escapatoria, pues no hay aplauso o reproche que haga mella en una conciencia digna (y mis palabras son escritas pensando en conciencias dignas, cierto que las hay buenas o malas, pero si son dignas nunca es tarde).

Esto no es un poema, mucho menos una carta, es sólo un grito sincero de liberación, para decir que cuando hablamos de "la gente" nos olvidamos de nosotros mismos. creyendonos superiores, porque muy fácil resulta juzgar lavando nuestras manos de los propios vicios, quizás por miedo a ser juzgados en una sociedad desde hace tiempo ciega.

Ojalá mañana seamos capaces de ver más que lo aburridamente preconcebido (y me incluyo), porque de lo contrario no hay evolución para las almas en la tierra, y luego de esto ¿qué sentido tiene una existencia si no vamos a aportar y a estar dispuestos a crecer?.... No veamos al de al lado para saber si está mejor o peor que nosotros si no vamos a ayudar, aprendamos de los errores y aciertos, y riamos o lloremos, pero lamentarse de "la gente" es perder el tiempo, porque entre tanto, no sabemos cuanta buena gente pudo habernos pasado a un lado, y nosotros empeñados en ser ciegos.

martes, 8 de febrero de 2011

Ideas Supersónicas

Sueles escribir para intentar atrapar una idea, una idea que revolotea intranquila a tu alrededor, sin dejarte espacio para pensar en otra cosa, y sin darte aire para intentar comprenderla, aun cuando comprendes su desesperación incorporea, que no descansa en realidad, porque ni el tiempo ni es espacio son parte de su esencia. Y sabes que has utilizado una y otra vez las mismas palabras para expresar algo cuya definición no encuentras, y quizás ni siquiera te has asomado a comprender, pero en la terquedad de un corazón cegado has confiado, más allá del camino espinado, y aunque lo que dices no es comprendido ni por tí mismo, te empeñas aun en decirlo y en creer que sinceramente crees en ello, cuando tu sabes que hay algo más, o al menos has creído alguna vez saberlo.

Sueles escribir para disfrazar a tu antojo personajes de tu propia alma, famosos o anónimos, que sólo a través de tu pluma se atreven a hablar, pues la vergüenza de sus vicios y deseos los cohiben de andar por ahí libremente, ante el mundo desnudos, como el pensamiento los trajo al mundo. Y en el papel los has dejado ser, aunque a veces te molestes con ellos, pero al fin y al cabo quiérelos, porque son parte de tí.

Y recuerdo que algunas veces solías escribir para complacer tu plástica vanidad, pero entonces fue cuando comprendiste que no había nada que complacer, sino vacíos que llenar, que no se ahogarían con palabras ni tiempo muerto, más si con ideas aun por definir, ideas aun por atrapar, ideas que casualmente son como las que en este momento siguen silbando agudamente en mi oído, pero que yo, humildemente, aun no he comprendido.