martes, 9 de abril de 2013

Confesión de un Navegante

Hoy, sin querer sonar malagradecido con la Providencia y el Universo, debo decir que me siento francamente a la deriva, tal cual navegante que dirige su barco hacia lo desconocido, luchando por no naufragar, buscando alguna costa que me de certeza, porque millones de costas hay, pero no todas dan la paz que el alma busca. Para aclarar, "las costas" son esos detalles de la cotidianidad a los que el espíritu busca aferrarse siempre para seguir creyendo en la posibilidad de construir un entorno más favorable (vivas dónde vivas, seas de dónde seas), que es a lo que básicamente, todo ser humano cuerdo aspira en este planeta durante su corta existencia. En base a ello debo decir además que personalmente siempre he tendido a buscar admirar "la costa buena" del entorno, de la gente y hasta de mí mismo antes que enfocarme en "la costa mala", cuestión de actitud quizás. No obstante ello, los últimos tiempos creo que han ido menguando mi capacidad de navegante positivo, por más que lo intente, pues el mar ha ido escapando triste y lentamente a mi entendimiento y sobre todo, a mis ganas de entenderlo y quererlo.  En esta especie de metafórica zozobra vivo, y no me da pena decirlo, porque no es una cuestión de vanidad o inconformismo, sino de sinceridad.

¿Por qué? se preguntarán.

La respuesta me la da todos los días el océano que hoy intento navegar y que paulatinamente creo que conozco más. En este océano todos los navegantes somos iguales, hayamos nacido en él o no, porque si estamos aquí es por quererlo, es para hacerlo mejor y es para hacerlo un océano de todos los navegantes, estén o no a la deriva, o al menos ese es el supuesto que quiero imaginar. Pues bien, tristemente debo comenzar con que en este océano yo he visto a barcos de todos los colores naufragar, a veces tripulados sólo por niños, otras veces por hombres y mujeres que no entienden por qué han de ellos hundirse tan pronto en la vida eterna del mar, y otras veces por gentes que la vida los llevó a recorrer las leguas equivocadas, pero he visto muchos, y sigo viendo más cuando he creído que he visto suficiente, porque traicioneras son las rutas que cada barco tiene en sus bitácoras, con capitanes demasiado lentos o excesivamente rápidos, y ni hablemos de los capitanes altaneros que creen saberlo todo, y solo saben mandar, sin timonear... Ellos son los responsables de muchos que ayer y hoy se hundieron para siempre.

Añoro dentro de muchas cosas en este amplio universo de agua salada un sentimiento, sí, un sentimiento de respeto hacia el mismo océano y de compromiso ante el gran mar, uno que se traduzca en respeto y reconocimiento entre los marinos, desde el balsero más humilde hasta el capítán con más insignias en su pecho, pues todos somos navegantes, y ningún barco debe llevarse a otro por delante en un océano dónde la costa debe ser una sola, una común, una universal, más allá de las cartas de navegación que todos tengamos ante nosotros, una costa dónde todos podamos compartir nuestras ideas sobre cómo hemos de navegar el océano en estos tiempos de tempestad y guerras navales, en estos tiempos de naufragios y poca comunicación, para querer más a este océano, para hacerlo más bonito. Dirán que es sólo una añoranza, pero no, conozco a muchos navegantes como yo, que todos los días salen a ese océano con un único propósito, hacerlo mejor, y de muchas añoranzas estoy seguro que se crea una corriente.

Digo estoy seguro porque a pesar de ser yo sólo un navegante a la deriva, no dudo el haber sentido también en los últimos tiempos algo en la quilla de mi embarcación, una corriente diferente, a veces irregular es cierto, otras veces esquiva, pero me da la impresión ahora que la conozco de que nunca ha dejado de estar ahí. Hoy, esa corriente se ha hecho más fuerte, y lo sé porque veo a mi lado a muchos navegantes, en embarcaciones de todos los tipos y de los colores más variopintos, pero además veo algo que reconozco en mi mismo, una añoranza, sí, un sentimiento de querer un rumbo mejor, de no estar tan a la deriva, porque sé al mismo tiempo que estar a la deriva como yo estoy son muchas cosas a la vez, y conseguir el rumbo adecuado dependerá siempre sobre todo de las hojas de rutas de cada navegante, pero esta corriente es un comienzo, un punto de partida para un océano tan maltratado por el tiempo, porque este océano se merece algo mucho mejor.

Mi nombre es Hamid Antoine Yammine Izaguirre, y hace veinticinco años nací en la ciudad de Valencia. He sido durante toda mi vida un ser humano enormemente afortunado, desde la familia en la que me tocó nacer hasta los amigos que la vida me ha dado, desde los profesores que he tenido hasta las universidades en las que he podido estudiar, desde el no tener que preocuparme por lo que comeré hasta poder conocer lugares por mero placer, desde un pequeño gesto de amor hasta lecciones de vida... En resumen, soy tan afortunado que estoy seguro de no ser plenamente consciente de hasta qué punto lo soy, pero la vida es aprender, y en esa estoy. Aún así, aunque suene contradictorio no puedo evitar sentirme a la deriva.

Hoy, como durante toda mi vida hasta este día, sigo viviendo en Venezuela.

Hoy, más que nunca, soy Venezolano, y no por patriotismo, sino sencillamente por sentido común, porque no concibo a un navegante en este mar que no ame al océano que lo parió.