domingo, 2 de agosto de 2015

Ecos (A la 37)

A la 37

Alguna vez, con poco más de 17 años K pensó en todo lo que había vivido hasta entonces, sentado en un pupitre de un salón, en el tercer piso del Colegio Calasanz de la ciudad de V, y se dio cuenta, aunque suene demasiado obvio y lógico, que para entonces más de la mitad de su vida, casi unos 12 años para ser exactos, los había pasado yendo prácticamente todos los días a ese lugar, compartiendo con mucha gente que aquella vez estaba sentada a su alrededor en el mismo salón. Pero a veces lo que es demasiado obvio y lógico no suele ser precisamente demasiado visible, y K lo sabía.

Por otro lado, más de una vez temió K que alguna que otra clase nunca terminara, y que el destino lo condenara a vivir eternamente en una calurosa clase de matemáticas o de historia de P, sobre todo cuando la clase tocaba en la última hora... esa que iba de mediodía a 12:45 de la tarde. Vale acotar en este punto que el timbre de mediodía solía ser especialmente caluroso respecto a los demás, o al menos eso cree K, pero no sabría decir por qué, quizás era una cuestión mental, o tal vez los autos que recogían a los felices estudiantes que ya habían salido de clases para ese momento calentaban especialmente toda el área del colegio hasta los mismos salones, o puede que fuera el ruido, o el hambre, y a veces hasta el mismo amor no correspondido, todas esas cosas dan calor. Sin embargo, muchos años después, K entendió que "todo pasa", desde la alegría más eufórica hasta la tristeza más profunda, desde el instante más hermoso hasta la imagen más terrible, desde el encanto más fantástico hasta el asco más sincero, desde el calor más azul hasta el frío más rojo... todo pasa, y lo que nos queda es saber apreciar cada momento en su más justa y pura medida, sin pensar en el mañana, porque como K suele repetir constantemente: "siempre es hoy".

Así, K aprendió después de un tiempo a no atormentarse con el tiempo... y así se dio cuenta que no existen clases demasiado largas o demasiado cortas en la vida, la medición del tiempo es un invento, ni amigos efímeros o eternos, una amistad verdadera no vale gracias al tiempo, ni timbres fríos o calientes, porque el sonido al fin y al cabo siempre es el mismo, su interpretación depende de cómo esté el corazón. K entendió que simplemente la vida es, siempre en presente, un viaje en el cual, aunque a veces no lo entendamos, la espera y la contemplación son las más grandes bellezas, porque el que espera respeta y el que contempla ama.

El 26 de julio del año 2005 sonaba justo a las 7 de la mañana aquel potente e inconfundible timbre de tantos recuerdos, de tantos finales y comienzos, de tantos fastidios y alivios, de tantos momentos, de tantos recreos, y en fin, de tanta vida. Sonaba aquel timbre marcando el inicio de un día de clases sin alumnos en el Colegio Calasanz de la ciudad de V. Sí, sin alumnos, porque aquel día ya no habían clases, ya estaban todos los estudiantes de vacaciones, más ello no impedía que el timbre siguiera sonando, y los que alguna vez fueron al colegio en días sin clase lo saben y lo pueden corroborar, es un timbre automáticamente programado, que no distingue en su mecánica naturaleza cuando hay o no alumnos sedientos o temerosos de su estridente sonido. Y los de la promoción XXXVII lo saben también, aquel día se graduaron, y más nunca volvieron a estar todos juntos en el mismo lugar, en aquel colegio de la ciudad de V.

De vez en cuando, algunas noches, K sueña con clases y recreos en aquel lugar, con caras que hace tiempo no ve, con voces que hace años no escucha... y entonces K vuelve a recordar lo bueno que fue, y entiende que sí, que inevitablemente todo pasa, pero también entiende que ello no impide de ninguna manera que lo alguna vez vivido siga siendo hermoso.