martes, 10 de octubre de 2017

Casi Medianoche

A dos hermanos de la vida.

De nuevo no podía dormir, de nuevo pensando en aquella película sin estrenar, escondida y llevando polvo en algún lugar de Valencia, o al menos eso creía. Hacía tiempo le había perdido el rastro a aquel misterioso director y su novia belga que hacía las veces de camarógrafa, representante, productora, editora y un montón de cosas más alrededor del aura de una obra que nunca había salido a la luz. Fue la lectura de The Night, de Blanco Calderón, lo que le hizo recordar aquella inédita película de la que solo había visto el tráiler en internet hace unos años. Aquella noche, en medio del insomnio, intentó buscar el tráiler para verlo de nuevo, pero todo intento de búsqueda fue en vano, no había rastro de la película en la red; la página de Facebook, el blog y la cuenta de twitter habían sido clausuradas.

Dos y media de la mañana, la avenida Bolívar es un perro hambriento que duerme, como siempre, con el sueño ligero de los que no han comido y están de mal humor, y eso lo saben Nelson y Darío mientras la recorren en moto, no se pueden equivocar. Ante ellos su destino, el Hotel Le Paris, o al menos lo que queda de él, un edificio de esplendor ajado y cubierto por el polvo y la cal que suelen dejar a su paso las revoluciones. El plan era sencillo: entrar de alguna manera al hotel y ubicar de inmediato la cocina del restaurant, donde según Guillermo, el padre de Andrés, su hijo ocultó una de las pocas copias de aquella película que dirigió, pero que nunca estrenó: Casi Medianoche.

Siguiendo las instrucciones del profesor Pedro Crespo, asiduo visitante del bar de aquel mítico hotel durante muchos años, Nelson y Darío habían ideado un plan de acción luego de que rompieran los dos candados que sellaban la puerta de servicio del hotel a un costado del edificio: derecho todo el tiempo hasta llegar a la recepción, luego a la derecha hasta encontrar una pared; en ese punto debía haber a unos dos metros de distancia hacia la izquierda una pequeña puerta, “como para un enano” había dicho el profesor, que daba entrada a la barra de su lugar favorito durante la década de 1980, porque a través de esa puerta se entraba al área de servicio del bar del hotel, el cual era una especie de antesala al restaurant. 

El ambiente, más que oscuro, era de una pesadez casi insoportable, porque podía decirse que los ruidos y luces de la noche valenciana penetraban en el hotel, pero solo lo hacían para morir en él, asfixiados por los vestigios de eventos decadentes que todavía bailaban en el aire. Todo ello más allá de que las paredes del hotel y los muebles de la recepción se encontraban en un estado sorprendentemente presentables, e incluso limpios, cuidados. Nelson y Darío lo sintieron, y una mirada que cruzaron ante la “puerta del enano” fue suficiente para comprobar que el sentimiento era recíproco. Aquí vive alguien, susurró Nelson, más para el hotel que para Darío, quien en ese momento se encontraba girando ya el pomo de la pequeña puerta, y entraron.

“En el Cine Arte Patio Trigal no tenemos cintas que no pasemos, y mucho menos si son venezolanas, porque acá siempre hemos apoyado al talento nacional”; sentenció Blanca Gárate con solemnidad y esa sensualidad casi innatas en ella durante aquella tarde lluviosa de julio. Le Sirup era el lugar, como siempre. Pero ¿no tienes ninguna idea de dónde la pueda encontrar? insistí, a lo que Blanca respondió: tú sabes que él sigue viviendo con sus papás, cerquita de aquí. Sí… con el señor Guillermo, respondí en modo automático.

No existía ya ninguna cocina, lo supieron desde el momento en que terminaron de cruzar la pequeña puerta. Ni cocina, ni restaurant, ni siquiera el tan añorado bar, aquello era difícil de definir. El lugar estaba en ruinas, abarrotado de todo tipo de objetos, sobre todo libros y periódicos de todas las edades, dispersos en mesas, estanterías, bolsas y en el suelo. Había también un toca discos antiguo, con una funda de un vinilo de Carlos Moreán al lado. Pero sin lugar a dudas lo que más llamó la atención de Nelson y Darío fue una luz tenue y que cambiaba de color desde el fondo, donde se encontraba lo que parecía la única sección de aquel espacio que había logrado mantener su privacidad gracias a un muro mugriento y desgastado.

Pasen, la película ya está empezando, ¿por qué tardaron tanto? – vociferó alguien detrás de ese muro cuando Darío y Nelson todavía no habían asimilado del todo aquel lugar, y el corazón se les heló al instante a los dos. Dejaron que las palabras reposaran en la pesada habitación, como si eso fuera a hacerlas desaparecer, pero la voz volvió a insistir: no tengo toda la noche hermanos, salgamos ya de esta vaina. Entonces Darío y Nelson se miraron por primera vez dentro de la habitación, y temblaban, como dos niños asustados bajo la lluvia, pero al mismo tiempo hallaron cada uno en los ojos del otro el valor para acabar de una vez con aquello, y avanzaron juntos hacia la luz. La sala al fondo de la habitación era pequeña, sin ventanas y sin muebles, solo había en ella un antiguo proyector de cine y un banco sin respaldar donde estaba sentada la voz, un hombre mayor vestido de traje y sombrero con gafas oscuras y un bastón, descalzo. El proyector estaba encendido, proyectando sobre la pared de frente al hombre un fondo negro salpicado por las características rayas blancas que aparecen en las películas viejas. Finalmente - dijo el hombre una vez hubieron cruzado el umbral - y bienvenidos - sentenció mientras se volteaba y se quitaba las gafas. Entonces el desconcierto de Nelson y Darío aumentó mientras dos ojos blancos y vacíos hacían el simulacro de verlos. 

Es el tipo del tráiler, el carajo del bastón, los lentes y el sombrero, el ciego – lanzó Darío al vacío.

Pero ni Nelson, ni el hombre mayor o el vacío respondieron, y en ese momento la imagen en la pared cambió. Ante ellos se mostró un plano completo del hotel Le Paris desde el otro lado de la avenida Bolívar. Era de noche y el hotel estaba abierto, luciendo un esplendor de otra época, con sus letras magenta de neón que invitaban a cualquier viajero que se estimara a adentrarse en sus fauces. De repente el sonido de una moto rompe el silencio de la noche y aparece desde el lado derecho de la calle, deteniéndose justo al frente de la entrada del hotel. Dos personas van a bordo de la moto, y mientras se bajan y quitan los cascos Darío y Nelson se reconocen a ellos mismos en la escena que se refleja sobre la pared.

Fotografía de Gian Cascarano