La gente por aquí, la gente por allá, la gente de los consejos y la gente de la experiencia. Sí, de mucha gente hablamos y de mucha gente solemos escuchar, pero en verdad no podemos definir ese concepto tan abstracto e hipócrita socialmente hablando, porque todo aquel que habla de la gente (incluyéndome) parece abstraerse de ese desdichado grupo, llamado "la gente".
Y es que el hecho parte de que como humanos, hombres y mujeres, nos gusta hablar del otro, saber como está, si peor o mejor que nosotros, porque internamente ello se percibe, y se sufre o se disfruta. Pero la verdadera ironía en todo este asunto es que normalmente como humanos siempre vociferaremos a los cuatro vientos (en circunstancias normales o extraordinarias) "lo poco que nos importa la gente", y resulta entonces que las acciones y actitudes demuestran todo lo contrario cuando buscan mendigando una aprobación social o una imagen decente de cara a eso que llaman "la gente". Todo ello no es algo malo, no, es algo triste, porque depender de ideas ficticias es abandonar la propia naturaleza. Y la propia naturaleza ¿qué nos dice?... respondo por mí:
Creo que nuestra propia naturaleza primero nos dice lo que debemos ser y como serlo, en armonía con nuestro "yo" interior, y luego de eso, sí, ser parte de "la gente", pero no de aquella que se supone ha de ser normal y un modelo a seguir, no, porque no se trata de eso, sino de ser parte de aquella que es libre. Libre porque no obra de acuerdo a lo que se habla o lo que se opina, sino de acuerdo a lo que se siente, porque sinceramente, todo hombre o mujer siente el bien y el mal cuando lo hace, y ante las conciencias no hay escapatoria, pues no hay aplauso o reproche que haga mella en una conciencia digna (y mis palabras son escritas pensando en conciencias dignas, cierto que las hay buenas o malas, pero si son dignas nunca es tarde).
Esto no es un poema, mucho menos una carta, es sólo un grito sincero de liberación, para decir que cuando hablamos de "la gente" nos olvidamos de nosotros mismos. creyendonos superiores, porque muy fácil resulta juzgar lavando nuestras manos de los propios vicios, quizás por miedo a ser juzgados en una sociedad desde hace tiempo ciega.
Ojalá mañana seamos capaces de ver más que lo aburridamente preconcebido (y me incluyo), porque de lo contrario no hay evolución para las almas en la tierra, y luego de esto ¿qué sentido tiene una existencia si no vamos a aportar y a estar dispuestos a crecer?.... No veamos al de al lado para saber si está mejor o peor que nosotros si no vamos a ayudar, aprendamos de los errores y aciertos, y riamos o lloremos, pero lamentarse de "la gente" es perder el tiempo, porque entre tanto, no sabemos cuanta buena gente pudo habernos pasado a un lado, y nosotros empeñados en ser ciegos.
Y es que el hecho parte de que como humanos, hombres y mujeres, nos gusta hablar del otro, saber como está, si peor o mejor que nosotros, porque internamente ello se percibe, y se sufre o se disfruta. Pero la verdadera ironía en todo este asunto es que normalmente como humanos siempre vociferaremos a los cuatro vientos (en circunstancias normales o extraordinarias) "lo poco que nos importa la gente", y resulta entonces que las acciones y actitudes demuestran todo lo contrario cuando buscan mendigando una aprobación social o una imagen decente de cara a eso que llaman "la gente". Todo ello no es algo malo, no, es algo triste, porque depender de ideas ficticias es abandonar la propia naturaleza. Y la propia naturaleza ¿qué nos dice?... respondo por mí:
Creo que nuestra propia naturaleza primero nos dice lo que debemos ser y como serlo, en armonía con nuestro "yo" interior, y luego de eso, sí, ser parte de "la gente", pero no de aquella que se supone ha de ser normal y un modelo a seguir, no, porque no se trata de eso, sino de ser parte de aquella que es libre. Libre porque no obra de acuerdo a lo que se habla o lo que se opina, sino de acuerdo a lo que se siente, porque sinceramente, todo hombre o mujer siente el bien y el mal cuando lo hace, y ante las conciencias no hay escapatoria, pues no hay aplauso o reproche que haga mella en una conciencia digna (y mis palabras son escritas pensando en conciencias dignas, cierto que las hay buenas o malas, pero si son dignas nunca es tarde).
Esto no es un poema, mucho menos una carta, es sólo un grito sincero de liberación, para decir que cuando hablamos de "la gente" nos olvidamos de nosotros mismos. creyendonos superiores, porque muy fácil resulta juzgar lavando nuestras manos de los propios vicios, quizás por miedo a ser juzgados en una sociedad desde hace tiempo ciega.
Ojalá mañana seamos capaces de ver más que lo aburridamente preconcebido (y me incluyo), porque de lo contrario no hay evolución para las almas en la tierra, y luego de esto ¿qué sentido tiene una existencia si no vamos a aportar y a estar dispuestos a crecer?.... No veamos al de al lado para saber si está mejor o peor que nosotros si no vamos a ayudar, aprendamos de los errores y aciertos, y riamos o lloremos, pero lamentarse de "la gente" es perder el tiempo, porque entre tanto, no sabemos cuanta buena gente pudo habernos pasado a un lado, y nosotros empeñados en ser ciegos.