Cuando se vive un poco, si se tiene la delicadeza de abrir un poco los ojos cada vez más, iremos notando también paulatinamente como las cosas suelen tener una especie de disfraz que las recubre, para bien o para mal, y resulta entonces que a veces las cosas vienen recubiertas de algo que quieren ser pero no pueden, o por el contrario, nos encontramos con cuestiones en apariencia simples, pero que al acercarnos resultan sorprendernos de una manera extraordinaria. Así, con un poco de perspicacia, podemos aprender a sorprendernos con esta efímera vida, y no conformarnos con lo pre empacado y plástico que el mundo hoy nos vende, e intentar así, desde la humilde posibilidad de cada ser humano, ser un agente de cambio positivo en el universo.
Pues bien, en ese sentido, creo que a la hora de despertar a las conciencias dormidas, los profesores tienen una posición privilegiada, sea cual sea el nivel académico en el que les toque ejercer su profesión, pues estar en contacto directo con las mentes en formación es de cualquier manera una oportunidad para sembrar, una oportunidad para enseñar a diferenciar lo real de lo falaz.
Es así como llego al nombre que hoy quiero recordar, Pedro Crespo, profesor de historia contemporánea en la facultad de ciencias económicas y sociales de la Universidad de Carabobo, fallecido tristemente el pasado 17 de Mayo.
No es sencillo describir al Profesor Pedro Crespo en una sola y única palabra, pero creo que sí puedo hacerlo en tres: "Un maestro diferente". Espontáneo con sus alumnos, autodidacta, de una gran cultura, locuaz e irreverente por los pasillos de la facultad, poeta, amante inseparable del cine, alegre, melómano, en fin, un apasionado por la vida, un vitalista; un profesor que se salía del patrón habitual y entraba en el terreno de lo sincero, rompiendo ese muro divisorio entre alumno y profesor que suele levantarse con tanta formalidad absurda, logrando convertirse en un maestro, no ya un común profesor.
Estoy seguro de que muchas son las anécdotas que podrían contar quienes fueron sus alumnos alguna vez, desde las clases que dictaba parado sobre la mesa del escritorio ante la incredulidad de los estudiantes hasta sus ganas incansables de "echarle color" a toda la facultad porque todo era "demasiado gris, demasiado triste", pero yo no me quiero quedar con alguna anécdota en especial, sino con su forma de ser, que hoy ya es leyenda para quienes tuvimos el honor de conocerlo, pues en ella encuentro y alabo la enseñanza de no creer en el absurdo de las apariencias que puede crear cualquier distinción o título mundano, pero sí creer en las ganas sinceras de aprender unos de otros y contribuir a que verdaderos y dignos conocimientos sean regados en nuestro país y en el planeta, para que así cada día seamos más humanos y menos disfraces.
Profesores hay muchos, pero maestros hay pocos. Gracias Pedro.