Todo acto, más allá del contexto en el que se desarrolla, tiene un impacto, porque precisamente, ese es el objetivo de toda acción, más sin embargo, a pesar de que quien ejecuta los actos es el principal responsable de sus posteriores consecuencias, no puede decirse que también lo sea respecto al impacto o efecto de dichos actos, pues en este escenario entran en juego otros factores que no pueden ignorarse, y que muchas veces escapan a la voluntad de quienes en un principio, quisieron lograr ese impacto.
La opinión pública, es uno de esos “otros factores”, pues a través de ella es posible vislumbrar el grado de aceptación o rechazo que una acción tiene en el entorno donde se llevó a cabo. Ahora bien, además del impacto que pueda darle o no la opinión pública a un determinado hecho, su “deber ser” implica asumir en todo momento un papel objetivo para juzgarlos. Por otro lado, el hecho de que exista en un país fluidez y libertad en lo que se refiere a expresar la opinión pública es un indicador positivo, representando un valor indispensable para que exista democracia.
Quienes ejercen roles de liderazgo en cualquier área deben ser conscientes, claro está, de la importancia de la opinión pública para dar una mayor eficacia a sus acciones, siendo hasta cierto punto la misma una guía de los objetivos que el líder en cuestión debe cumplir para generar mayor satisfacción a su alrededor. No obstante, no puede todo girar en torno a la opinión pública, pues con ello se corre el riesgo de desenfocar los verdaderos objetivos que persigue el líder, en aras de inflar imágenes de proyectos a base de palabras y promesas, y no precisamente de hechos. Por lo tanto, desde un principio, el plan de acción de un líder no puede orientarse de manera ofuscada a conseguir a toda costa una buena impresión en la opinión pública, pues con ello estaría orientando indirectamente su gestión de acuerdo a “lo que se dirá”; al contrario, el enfoque debe permanecer invariablemente sobre las necesidades reales del entorno y la búsqueda de bienestar para el mismo. No por esto el buen líder debe desoír a la opinión pública, pero si su plan de trabajo está circunscrito a los marcos de legalidad establecidos de acuerdo su posición, y sobre todo si se trabaja en proyectos a largo plazo, la opinión pública debe ser una influencia secundaria en él o en ella.
En Venezuela, particularmente, la opinión pública ha sido en ocasiones la responsable de que proyectos con miras en el largo plazo no se hayan podido desarrollar plenamente. Un ejemplo de ello es el plan “El gran viraje”, propuesto en 1989, pues de acuerdo a Miguel Rodríguez Fandeo, el plan podía dar buenos frutos al país. El problema radicó, más allá de lo directo con que se pretendía aplicar el plan y en que a corto plazo implicaba un golpe considerable a la economía venezolana, en que dentro de la opinión pública por lo general no existió una visión a largo plazo en la resolución de los problemas que por entonces aquejaban a la economía venezolana, y que hoy, paradójicamente, siguen en parte existiendo. Con esto, no se pretende juzgar la calidad de un programa determinado, sino visualizar lo difícil que es hacer cambios de envergadura en nuestro país.
Los límites hasta los cuales un líder debe guiarse por la opinión pública, son en muchos casos, difíciles de percibir claramente, sobre todo por el dilema que se genera cuando se confrontan las fuerzas de “lo que quieren los seguidores” (que normalmente exigen resultados para el mismo momento) y lo que el líder considera que “es mejor para los seguidores” (donde usualmente el trabajo a largo plazo garantiza los resultados). Resulta entonces indispensable el análisis previo y objetivo (en la medida de lo posible) de la situación por parte de todo aquel que ejerza algún rol de liderazgo antes de tomar decisiones en base a argumentos esgrimidos por la opinión pública, pues en estos escenarios debe estar claro la ambigüedad de intenciones que pueden perseguir algunas voces, indiferentes a los verdaderos objetivos que deben perseguirse en el momento.
En referencia a los logros reales que un líder puede lograr, Ramón Piñango hace una valiosa reflexión; “Hay personas que son llamadas líderes porque impresiona su manera de hablar, de inspirar, influir y convencer. Parecen virtuosos, pero lo que cuenta es, en definitiva, lo que ocurre con el colectivo a lo largo del tiempo, después de que esas personas inteligentes, visionarias, elocuentes y convincentes han dejado de actuar”. Como ejemplo de ello me atrevo a citar a personajes como Arturo Uslar Pietri y José Ignacio Cabrujas, que fueron en su momento dignos representantes de la opinión pública, y si bien ya no están con nosotros físicamente, sus ideas trascienden al tiempo y ya no sólo explican a la Venezuela de ayer, sino que dibujan con objetiva precisión a la Venezuela de hoy. Son ellos, como muchos otros, ejemplo del liderazgo que verdaderamente hoy debemos asumir, entendido directamente con los problemas y necesidades que tiene el país, y no con las ansias de satisfacer a toda costa un hambre insaciable e injustificable por el poder.