Abre sus múltiples bocas, desde muy temprano, y comienza a tragar, traga gente sin parar, y temprano también, aunque sólo un poco menos (menos temprano), comienza a vomitar la misma gente que hace poco se ha tragado, gente de todas las edades, tamaños y creencias, el gran romano no distingue, todos son tragados y vomitados de acuerdo a su tiempo, no al de sus víctimas, porque sólo el gran romano puede recorrer esos caminos que le permiten tragar y vomitar a placer.
Sin saberlo, los caraqueños y visitantes eventuales (como yo) son tragados y vomitados en silencio, sin novedad aparente, en una calma consuetudinaria, una cuestión del día a día.
¿Nunca se sacia el gran romano?
¿Su hambre y apetito no tienen límites?
¿O es una cuestión de nosotros querer ser tragados y vomitados constantemente?
Quizá... de todo puede haber; lo cierto es que el Metro de Caracas es un gran romano, en cuyas vísceras se puede ver de todo, y sobre todo, aprender de todo.
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