"El desorden de escribir en varios lugares a la vez" lo llamaba a veces, movido por cierto sentimiento vanidoso que lo hacía sentirse un poco más escritor, un poco más interesante, un poco menos aburrido y un poco más vivo, aunque muy en el fondo supiera Eugenio que se engañaba a sí mismo, pues nadie es capaz de escribir con claridad y coherencia en tantos lugares a la vez, ni siquiera los verdaderos escritores, esos que viven de escribir, y eso Eugenio lo sabía bien, pero optaba por ignorarlo.
Todo comenzaba en la acumulación paciente y paulatina de nuevas libretas para escribir adquiridas en cualquier lugar, desde un tugurio hasta la feria de libros más pomposa y refinada del país, dónde Eugenio se justificaba mediante la idea de que adquiría esos lienzos de papel como provisión necesaria ante febriles días y noches que no tardarían en llegar en los que él escribiría sin descanso, inspirado por su divina musa literaria, a quién se entregaría tarde o temprano sin remedio (aquí solía emplear un tono algo trágico y vanidoso), y así plasmaría ideas brillantes de provecho para la humanidad... y todo ello lo sentía Eugenio como su ineludible destino.
Eugenio soñaba, soñaba mucho, pero la verdad es que le hacía falta un poco de constancia en sus determinaciones, y esa era su constante tortura, no hallar la manera de autodeterminarse, no encontrar la manera de escribir esas grandes cosas a las que estaba predestinado, y así sentía frustración con cada página en blanco, con cada libreta comenzada y dejada a medias, pero esto quizá ya lo he contado.
Al respecto de esto, hay otra razón que justifica el número de libretas que mantenía Eugenio al mismo tiempo, y era su ritual (si así podemos llamarlo) de comenzar una nueva libreta a la par de comenzar dentro de su conciencia y alma un nuevo ciclo como gran hombre creador que se consideraba, y de ahí que tuviera al mismo tiempo tantos lugares dónde escribir, tantas libretas con ansiedad de tinta, y más que nada, tantos ciclos de gran hombre creador sin cerrar (si es que alguna vez los comenzó), abiertos en el tiempo y en el papel ante la obvia indecencia de cada libreta comenzada y dejada a medias al poco tiempo con sus últimas fechas que hoy son de meses atrás, y a veces hasta años, olvidadas las razones (y engañado el falso orgullo), pero en el fondo, Eugenio lo sabe, Eugenio sabe que no puede engañarse a sí mismo en el desdén que demuestra por las promesas hechas en el pasado con tanto fervor, y en lo más hondo de su corazón sabe que tarde o temprano sus demonios aparecerán, y le van a contar cuatro verdades en la cara, porque hay demonios sinceros, aunque no parezcan serlo, y le dirán:
_ ¿Qué has hecho con tanto papel y tiempo Eugenio?
_ ¿Dónde están tus ideas de gran hombre creador?
_ ¿Dónde quedaron tus promesas de ser un mejor hombre?
_ Y no temas Eugenio, que no venimos por ti, tú hace tiempo que te abandonaste a nuestros deseos...
Pero no os alarméis estimados lectores, Eugenio todavía es joven, y le queda un largo camino por recorrer, de la mano de mucha tinta, presente y futura, y esa no envejece con tanta facilidad, más pronto que tarde clamará exultante su lugar.
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