Desperté, como todos los días, con los primeros acordes de aquella vieja canción, puesta en vano todas las noches como alarma en el teléfono para intentar levantarme con los primeros rayos de sol, pero siempre es estéril, siempre es lo mismo, apago la alarma y aunque no siga durmiendo me niego a levantarme, sin un motivo convincente y suficiente para salir con prisa a la vida.
Sospecho que esa pereza de salir a la vida proviene del asco y aburrimiento que producen a menudo las máscaras y los puñales que abundan en este mundo. Pero por otro lado soy injusto y lo sé ahora que me levanté, pues no suelo contemplar al despertar, cuando los sueños y las realidades empiezan a ser distinguidas con mediana claridad, el anhelo perenne en mi alma de encontrarme en el mundo con sonrisas y caricias sinceras, espontáneas e inesperadas, como sólo pueden llegar, porque sé que existen, las he visto y las he sentido.
No puedo culpar a la canción, y mucho menos puedo culpar al mundo, ya que quiera o no, soy parte de él, y como todos sí, he usado máscaras y he clavado puñales por costumbre; costumbres vacías sin placer que me aburren y que por eso quiero olvidar.
El problema entonces no está, ni en la máscara ni en el puñal, que siempre existirán, sino en la elección propia de qué ver y para qué vivir, y buenas razones sobran en el mundo para despertar y levantarse sin dudar.
Porque el verdadero dolor no está en el engaño de la máscara ni en la herida causada por el puñal, sino en el olvido de dormir por siempre y no saber lo que es despertar, lo que es sentir, lo que es vivir.
Sospecho que esa pereza de salir a la vida proviene del asco y aburrimiento que producen a menudo las máscaras y los puñales que abundan en este mundo. Pero por otro lado soy injusto y lo sé ahora que me levanté, pues no suelo contemplar al despertar, cuando los sueños y las realidades empiezan a ser distinguidas con mediana claridad, el anhelo perenne en mi alma de encontrarme en el mundo con sonrisas y caricias sinceras, espontáneas e inesperadas, como sólo pueden llegar, porque sé que existen, las he visto y las he sentido.
No puedo culpar a la canción, y mucho menos puedo culpar al mundo, ya que quiera o no, soy parte de él, y como todos sí, he usado máscaras y he clavado puñales por costumbre; costumbres vacías sin placer que me aburren y que por eso quiero olvidar.
El problema entonces no está, ni en la máscara ni en el puñal, que siempre existirán, sino en la elección propia de qué ver y para qué vivir, y buenas razones sobran en el mundo para despertar y levantarse sin dudar.
Porque el verdadero dolor no está en el engaño de la máscara ni en la herida causada por el puñal, sino en el olvido de dormir por siempre y no saber lo que es despertar, lo que es sentir, lo que es vivir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario