sábado, 11 de septiembre de 2010

Verdades Convergentes

La religión es un pilar fundamental de toda sociedad a nivel general, más allá de los vicios, fanatismos y burocratizaciones que algunos denuncien como causa de su ateísmo e incredulidad. Pero existe una cuestión que desde hace algún tiempo reta a mi razón, y es la certidumbre de que generalmente, como seres humanos, no elegimos nuestra religión, y con ello no quiero decir que "no la aceptamos", sino nuestra conversión e iniciación normalmente (para aquellos que nacen en el seno de una familia practicante de alguna religión) evade nuestro juicio y consentimiento.

Por supuesto, somos libres luego, con más "sentido común", de cambiar nuestra religión o creencias, o simplemente declararnos ateos, con el objetivo de satisfacer los deseos de un alma inconforme, pero ese credo que adoptemos, muy probablemente sea el credo también de alguien que lo practica desde su nacimiento incoscientemente, pudiendo plantearse perfectamente lo mismo que pudiéramos plantearnos nosotros. Y entonces, ¿Quién tiene la última palabra y establece la religión verdadera?

Éste juego de hipótesis lo planteo con el fin de desnudar una realidad social muy arraigada en ciertas religiones, la cual aborrezco y compadezco. Se trata de la costumbre de imponer la propia religión ante creyentes de otras religiones, como si se tratase de una especie de batalla, en donde la religión propia debe ganar y conseguir con ello nuevos adeptos, viéndose en éste sentido situaciones de todo tipo, desde la negativa a tratar o conocer a alguien por su religión hasta el anuncio de la quema pública de un libro sagrado para recordar un triste momento.

La conclusión, o mejor dicho, punto relevante, porque las conclusiones en éste tema siempre serán relativas, es el hecho de que nacemos y nos creamos bajo creencias porque simplemente el azar o el destino nos colocó en esa situación, pero el encontrar a Dios (o bien Alá, Yavé, La fuerza superior...) es algo que sólo dependerá del alma y aspiraciones de cada ser. Y lo más importante para la naturaleza del mundo, en mi opinión, es que un ser humano sea bueno de corazón, con intenciones nobles hacia los demás, más allá de si lee y predica la Biblia, el Corán o la Torá.

Por cierto, si eres ateo o crees serlo, tengo un consejo, evita criticar a las religiones que aborreces, y procura no malgastar tu tiempo despotricando a los falsos creyentes, allá ellos. Porque si tu consigues realmente tu verdad, la de otros no te puede molestar.

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