domingo, 18 de octubre de 2015

Final de temporada

A pesar de todo, la vida es bella.
Goethe


Últimamente tengo en mi cabeza la sensación de un final de temporada, sí, como los de las series de TV, y no es que me crea yo la gran vaina, un actor de primera disfrazado de algún moderno protagonista, no, simplemente siento que a mi alrededor muchas cosas llegan a su final, a una etapa de “volver a comenzar”, y dentro de mí se manifiesta constantemente un sentimiento de “nostalgia anticipada”, pues hay cosas que no se han terminado aún y ya las percibo en mi alma con cierta añoranza.

Ahora bien, ¿no ha sido acaso la vida siempre así? es decir, se vive, pero a la vez se añoran muchas cosas en el presente, que es siempre: la infancia, los abuelos, los amigos, los sabores de la infancia, el olor de los abuelos, las voces de los amigos y tantas cosas que fueron hermosas sin que lo supiéramos en el momento, inconscientes en aquellos instantes de la gran belleza ante nosotros.

La verdad es que no lo sé, sinceramente no lo sé. No sé si la vida siempre ha sido así, es difícil dar una respuesta del todo certera al respecto, pero intuyo algo, adivino una oscura trampa en el presente, un detalle que probablemente es el detalle que inspira el sentimiento de final de temporada: la desesperanza.

No me quejo, no me gusta quejarme por nada en realidad, pues soy alguien en exceso afortunado en un mundo a veces tan desgraciado, a veces tan injusto y tantas veces tan grotesco, pero en el aire de estos tiempos respiro mucha desesperanza, una desesperanza preparada a base de ira, resignación y rabia, de la que quiebra y mata, nada buena para el alma.

Entonces quizás, solo quizás, es esta mortal desesperanza la que hace que sienta terriblemente presente en mi corazón la sensación de final de temporada, pues en los buenos momentos de mi vida, que afortunadamente nunca me han abandonado, siento últimamente una especie de aquella “nostalgia anticipada”, porque en el fondo temo que momentos como esos probablemente nunca vuelvan, y entonces ser consciente de la profunda belleza de un instante, un beso, un gesto o una caricia se convierte en una envenenada y desgarradora puñalada en el alma, es agonía en medio de la dicha. 

O quizás, solo quizás, es por la gente buena que, en medio de esta puta desesperanza, se ha ido y se irá.

Quizás, solo quizás… no lo sé con certeza. Lo único que sé realmente es que yo no quiero que, aquí o en cualquier lugar, se apodere la desesperanza de mí, ni de los que se quedan, ni de los que se van, porque aquí o en cualquier lugar, sé que la desesperanza envenena lentamente y al final acaba por aniquilar todo lo bueno que de un alma puede surgir.

Puede llegar a su fin una temporada, e incluso la serie en sí puede terminar para siempre también, pero nada impide que otras a su vez, temporadas o series, comiencen para tejer los hilos de una nueva trama, hermosa trama, a pesar de todos los vaivenes que tienen los capítulos de una vida.




domingo, 4 de octubre de 2015

Carne y refresco

¿Cuál es la mejor manera de llamar a un mesonero en un restaurante que solo ofrece "carne y refresco" en su menú?

"Carne y refresco" es la suculenta oferta que se presenta ante los ojos del conductor o pasajero poco antes de llegar al "Fundo La Maizena", atendido por sus propios dueños, un poco después de pasar el oscuro Km 88, en "El Dorado". Ah, también venden cerveza.

"Pápa", se atrevió primero Panchi, precedido de un leve silvido.

"Compi", propuso un poco fastidiado y hambriento el recién levantado Chu.

"Jefe", exclamó con aplomo y seguro de sus palabras César.

Jessica y Manuel no lo intentaron ni opinaron sobre el tema, creo que no les interesaba.

En medio de esta curiosa discusión llega al fundo un hombre de unos 48 años de edad, alto, robusto, algo regordete quizás, maracucho...

"¡Buenas tardes!", saluda el hombre activa y amablemente con su peculiar acento marabino.

"Buenas tardes", respondimos algunos al saludo del recién llegado.

Acto seguido, el hombre vociferó con una autoridad incuestionable: "Hermano, un fresco por acá por favor".

Ninguno de nosotros dijo nada, pero todos entendimos cuál era la manera de pedir algo para tomar en un lugar que ofrece en su menú "carne y refresco".

Acto seguido, César imitó al detalle el discurso y los gestos del maracucho, y efectivamente la fórmula resultó exitosa, pues el dueño del fundo (lo asumo porque tenía una franela blanca con la fotografía de una vaca marrón en el centro y la leyenda "Fundo La Maizena") hizo caso a nuestro llamado (el de César en realidad) y al llegar ante nuestra mesa expuso la oferta de carnes y refrescos disponibles en el menú: "El kilo de carne está en 2800 bolívares" fue todo lo que dijo en un principio, pero luego de un breve consenso entre nosotros y de que finalmente nos decidiéramos a pedir 2 kilos añadió: "déjame ver, no sé si llego a los 2 kilos". Ante este escenario César, observando que otros comensales disfrutaban además de la carne de un plato que venía con yuca y ensalada (yuca al vapor y ensalada de repollo, como la de los perros calientes), preguntó al mesonero/dueño por un plato de estos (no, dos mejor, dijo). "OK", dijo el mesonero/dueño mientras anotaba. César, no muy convencido intentó reafirmar el pedido: "Compa, con bastante yuca ya que no hay mucha carne", a lo que el mesonero/dueño respondió "No sé, déjame ver, porque no sé si me queda mucha yuca", acompañando estas palabras con un gesto de calma de la mano que no escribía. Ante esto César se dio por vencido, pero al menos lo había intentado, aunque al final no hubiera suficiente carne o suficiente yuca. Por otro lado, el refresco sí estaba plenamente garantizado, eso sí, solo Pepsi o Frescolita. Dos Pepsis fue la orden (no, primero mejor trae una y luego la otra, acotó Panchi antes de que el mesonero/dueño se alejara de nuestra mesa).

La comida no tardó en llegar, y todo fue una ilusión, una táctica del mesonero/dueño, pues no faltó aquella tarde ni carne ni yuca, además de la ensalada que sí estaba previamente garantizada. Quedamos todos satisfechos. Vale acotar que Manuel, haciendo honor al eslogan del lugar, solo comió "carne y refresco" durante aquel almuerzo. Buen almuerzo aquel.

Luego seguimos nuestro camino.




domingo, 2 de agosto de 2015

Ecos (A la 37)

A la 37

Alguna vez, con poco más de 17 años K pensó en todo lo que había vivido hasta entonces, sentado en un pupitre de un salón, en el tercer piso del Colegio Calasanz de la ciudad de V, y se dio cuenta, aunque suene demasiado obvio y lógico, que para entonces más de la mitad de su vida, casi unos 12 años para ser exactos, los había pasado yendo prácticamente todos los días a ese lugar, compartiendo con mucha gente que aquella vez estaba sentada a su alrededor en el mismo salón. Pero a veces lo que es demasiado obvio y lógico no suele ser precisamente demasiado visible, y K lo sabía.

Por otro lado, más de una vez temió K que alguna que otra clase nunca terminara, y que el destino lo condenara a vivir eternamente en una calurosa clase de matemáticas o de historia de P, sobre todo cuando la clase tocaba en la última hora... esa que iba de mediodía a 12:45 de la tarde. Vale acotar en este punto que el timbre de mediodía solía ser especialmente caluroso respecto a los demás, o al menos eso cree K, pero no sabría decir por qué, quizás era una cuestión mental, o tal vez los autos que recogían a los felices estudiantes que ya habían salido de clases para ese momento calentaban especialmente toda el área del colegio hasta los mismos salones, o puede que fuera el ruido, o el hambre, y a veces hasta el mismo amor no correspondido, todas esas cosas dan calor. Sin embargo, muchos años después, K entendió que "todo pasa", desde la alegría más eufórica hasta la tristeza más profunda, desde el instante más hermoso hasta la imagen más terrible, desde el encanto más fantástico hasta el asco más sincero, desde el calor más azul hasta el frío más rojo... todo pasa, y lo que nos queda es saber apreciar cada momento en su más justa y pura medida, sin pensar en el mañana, porque como K suele repetir constantemente: "siempre es hoy".

Así, K aprendió después de un tiempo a no atormentarse con el tiempo... y así se dio cuenta que no existen clases demasiado largas o demasiado cortas en la vida, la medición del tiempo es un invento, ni amigos efímeros o eternos, una amistad verdadera no vale gracias al tiempo, ni timbres fríos o calientes, porque el sonido al fin y al cabo siempre es el mismo, su interpretación depende de cómo esté el corazón. K entendió que simplemente la vida es, siempre en presente, un viaje en el cual, aunque a veces no lo entendamos, la espera y la contemplación son las más grandes bellezas, porque el que espera respeta y el que contempla ama.

El 26 de julio del año 2005 sonaba justo a las 7 de la mañana aquel potente e inconfundible timbre de tantos recuerdos, de tantos finales y comienzos, de tantos fastidios y alivios, de tantos momentos, de tantos recreos, y en fin, de tanta vida. Sonaba aquel timbre marcando el inicio de un día de clases sin alumnos en el Colegio Calasanz de la ciudad de V. Sí, sin alumnos, porque aquel día ya no habían clases, ya estaban todos los estudiantes de vacaciones, más ello no impedía que el timbre siguiera sonando, y los que alguna vez fueron al colegio en días sin clase lo saben y lo pueden corroborar, es un timbre automáticamente programado, que no distingue en su mecánica naturaleza cuando hay o no alumnos sedientos o temerosos de su estridente sonido. Y los de la promoción XXXVII lo saben también, aquel día se graduaron, y más nunca volvieron a estar todos juntos en el mismo lugar, en aquel colegio de la ciudad de V.

De vez en cuando, algunas noches, K sueña con clases y recreos en aquel lugar, con caras que hace tiempo no ve, con voces que hace años no escucha... y entonces K vuelve a recordar lo bueno que fue, y entiende que sí, que inevitablemente todo pasa, pero también entiende que ello no impide de ninguna manera que lo alguna vez vivido siga siendo hermoso.



lunes, 29 de junio de 2015

Apuntes sobre el color rojo

Rojo, todo era rojo ante mis ojos.

Cerrados y tranquilos mis ojos, soñando, bajo aquel resplandor de sol caribeño.

Yo no quería abrir los ojos, quería vivir en aquel contraste de rojos, desde el negro hasta el amarillo, todo era tranquilidad,y ahí estaba yo, acostado sobre ardiente arena que no quemaba, arropaba.

El rojo es mi color favorito, lo sé desde que era un niño, por más que durante algún tiempo haya tratado de ignorarlo.

Rojo es el color del amado tomate y rojos los labios que anhelo, inocentes y ardientes, como estos granos de arena, aunque aquellos no arropan, queman, a distancia, con altiva indiferencia, pues nunca los he probado, pero son rojos, y eso me basta para imaginar, aquí, acostado, con los ojos cerrados, soñando, añorando, lleno de sol, en fin, feliz, a pesar de la sed.

La sed era azul, en contraste con tanto rojo, pero el agua estaba ahí, ante mí, yo solo debía levantarme y dejar el rojo atrás, más no era esa mi intención, ¿o acaso existe en el mar un lugar donde rojo y azul se funden calmando el deseo y la sed a la vez?

Tengo miedo, lo sé, porque más cómodo es estar arropado por las arenas de la imaginación que dejarse llevar por las aguas del deseo.

Es más fácil vivir con los ojos cerrados en el rojo imaginario que adentrarse en las aguas violentas de la pasión en la búsqueda del rojo que realmente amo, porque sí, el mar también puede ser rojo si se ahonda en su terrible profundidad, cerrando los ojos y abriéndolos en sus aguas saladas que endulzan el alma.

Rojo, todo era rojo, incluso ella, aunque no lo supiera con certeza, pero estaba seguro de que ella era rojo, aunque poco la conociera, rojo, igual que yo.




viernes, 19 de junio de 2015

The Show That Rocked

Dedicado a todo aquel que de alguna manera 
tuvo que ver con la existencia de "A la cuenta de 3"

Cae la tarde y voy saliendo de "Jumanji". El carro que tengo la suerte de manejar todavía está caliente por dentro producto del sol vespertino y mi cuerpo exhausto de casi medio día asistiendo a clases. Pero ni el calor ni el cansancio impiden que me percate que son ya pasadas las cinco de la tarde y que es hora de sintonizar la 95.7 FM en el reproductor ochentoso del carro... ¡Justo a tiempo! están en la presentación, siempre tan pintoresca y alborotada, llena de sonidos y efectos que me sé de memoria y tarareo como un niño. Sí, comenzó "A la cuenta de 3"... y sí, "Jumanji" es el nombre que algunos le dan a una universidad donde hace un tiempo ya estudié.

No recuerdo cuántos mensajes de texto y luego tweets envié para conversar con ustedes de cualquier tema, y tampoco puedo describir la emoción adolescente que sentía cada vez que leían al aire lo que les había escrito... era simplemente genial: un libro, una canción, una película, una idea, un país, un sentimiento, el sentido común... ¡el sentido común! sobre todo eso amigos es lo que han transmitido a lo largo de estos últimos nueve años en un país que tanto lo ha necesitado y sigue haciéndolo hoy más que nunca, porque sí, son ustedes, Henrique, Michelle, Iván, Erika, Julio, Ybeth y estoy seguro todo el que de alguna manera ha tenido que ver con "A la cuenta de 3" ejemplo de la gente que necesitamos para construir no sólo un país, sino el mundo mismo.

Una vez recomendaron y hablaron mucho sobre una película británica: "The Boat That Rocked". Apenas tuve el chance la vi y pronto se convirtió en una de mis películas favoritas (en compensación por eso hasta les envié una vez desde Valencia una película: "Soul Kitchen"). Los tiempos difíciles, la hostilidad, la oscuridad, el miedo, la desesperanza... y ante eso la valentía, la buena música, la genialidad, la mente positiva, la esperanza y sobre todo el orgullo de saber estar haciendo en el tiempo y en el espacio que les tocó vivir las cosas de la manera correcta... de eso trataba "The Boat That Rocked" ¡qué casualidad! ¿no? la ficción de aquella película y la realidad de "A la cuenta de 3" son más que hermanas... por ello mis respetos y gracias sinceras, creo que nunca he aprendido tanto como con ustedes escuchando radio, y ha sido un honor.

No me despido, porque sé que seguirán ahí, de cualquier manera, sumando y aportando buenas cosas dentro de este fantástico cosmos.

Hamid, un oyente que alguna vez los escuchó en Jumanji

domingo, 31 de mayo de 2015

Fragmentos de parque (parte II)

En un parque pasan tantas cosas
a nuestro alrededor
sin darnos cuenta
ciegos como a veces
solemos estar

en un parque hay amor, deseo y lujuria
celos, miradas y palabras
tactos delicados y bruscos
árboles que susurran y toda clase de insectos

hay sonidos de toda clase
sonidos de la naturaleza
voces de la tierra
sonidos y voces que a veces
no sabemos interpretar y valorar
en su justa medida

hay muchas voces en un parque
humanas, animales y vegetales
¿qué dicen todas en conjunto?
¿qué dice cada una de ellas?
¿algo para mí?
no lo creo

o quizás todo es para nadie
y para todos a la vez
porque
¿quién puede saberse dueño de la naturaleza sino Dios?
y ni siquiera...

porque puede que Dios sea la naturaleza misma

en un parque he vivido muchas cosas

en un parque amé
y en un parque por momentos
llegué a odiar
en un parque sufrí
y en un parque también reí
reí hasta que
me dolieron
costillas y mandíbula

en un parque también soñé
soñé mientras
caminaba
y
contemplaba
lo verde del camino
lo cósmico del instante
lo mágico del destino

en un parque me enamoré una vez
y otra vez en un parque
supe que estaba enamorado

hay un concierto de chicharras
pregonan la lluvia que pronto
llegará
o quizás
no llegue hoy
pero tarde o temprano
caerá

una vez
en un parque también
tomé una foto con una Kodak desechable
alguien se abrazaba con un árbol
hermosa imagen
mujer y planta
fundidos
como un solo ser

aquel día
en un parque
sé que fui feliz

también vi
en un parque
a niños sedientos
sirviéndose agua de un bebedero
en vasos "Celoven"
de varios colores eran
lo común, eso sí
era la sed

en un parque pueden pasar
tantas cosas
desde el caer de las hojas
hasta el llanto del niño que
no tiene en sus manos
el helado que desea

a eso vine
a contemplar
a aprender
de la naturaleza
del parque
aunque sea sólo un poco.


sábado, 30 de mayo de 2015

Fragmentos de parque (parte I)

En un parque alguna vez caminé
en un parque alguna vez pensé
y muchas cosas ahogaron mi alma
entre ellas recuerdos y tardes frescas
porque en un parque una vez
me di cuenta
que la vida no era ayer ni será mañana
la vida "siempre es hoy"
como alguna vez cantó Cerati
y entendí que aquel mar en el parque
era un océano
de nostalgia por ayeres bien vividos
y entonces... ¿dónde está el sentido?

en un parque alguna vez lloré
pero quizá no haya sido por tristeza
pues las lágrimas dulces existen
y derramarlas no es debilidad
es fortuna

en un parque entendí
lo que Cortázar quiso decir
con sus "Babas del diablo"
esas sin tiempo ni espacio
imaginarias y reales a la vez

en un parque supe
a través del murmullo de los árboles
que la soledad no existe
ni que la queramos

en un parque
me reí
y en un parque me enamoré

sorprende todo lo que
en un parque
verde o gris
puede ocurrir.



sábado, 9 de mayo de 2015

Sin táctica ni estrategia

A Ligia y a Miguel.

Ligia Margarita de los Dolores escribe, como puede, su respuesta, entre ansiedad y pasión contenida, entre disimulo y algo de cordura también, porque tampoco quiere mostrar demasiado, tampoco quiere parecer "una cualquiera" o "una regalada", no, ella no va a ser una más. Y ya bastante está haciendo mientras plasma con la pluma de tinta azul su respuesta en el blanco papel.

Entretanto, Miguel Enrique no se aguanta, y no han pasado más de quince minutos desde que regresó de la oficina de correos del pueblo de turno en sus viajes cuando se vuelve a sentar acompañado de la tinta negra y el amarillento papel para de nuevo comenzar una declaración sin barreras ni cohibiciones a su amada, ella, la única, la más deseada por su alma, intocable en la distancia, pero palpable todas las noches en sus febriles sueños; ella, la dama de sus pensamientos, Ligia Margarita de los Dolores.

Miguel ama con locura, y lo sabe, y en sus misivas se esfuerza al máximo por demostrarlo, sin que nada se le escape, ni el más mínimo pensamiento o deseo, porque no quiere que Ligia deje de saber por ninguna circunstancia lo mucho que la piensa él, no, de ninguna manera, y que en casa de Ligia digan lo que quieran de él, de "ese gallito flaco que se la pasa escribiéndole a Ligita", no importa, en algo está claro Miguel Enrique: nunca podrá reprocharse a sí mismo no haberlo dado todo en ese amor, con locura y pasión revueltas, sin distinción.

Aunque a veces Miguel Enrique duda... las respuestas de Ligia Margarita de los Dolores a sus misivas de amor no son siempre las más alentadoras y correspondidas. De hecho, casi nunca lo son. Mas trata Miguel de que eso no lo desanime, y se dice a sí mismo: "está respondiendo, ya eso dice mucho". Pero eventualmente no puede evitar hacerse la pregunta que lo tortura cuando su ánimo y amor propio se agotan: "¿escribe Ligia sus respuestas con estrategia o con total sinceridad?" es difícil de saber, pero la duda desespera, y más aún en la distancia.

No se creía Miguel capaz de hacer mucho ante esta penosa incertidumbre hasta que una tarde de domingo regresando de la iglesia a su hotel en el pueblo de turno tuvo una idea: destilar su amor. Sí, sonaba extraño, pero fueron esas las palabras exactas que se le ocurrieron en ese momento a Miguel Enrique a través de las cálidas calles del pueblo de turno al caer aquella tarde de domingo (quizás porque exactamente pasaba al frente de una cervecería local): "destilar mi amor"... y luego se dijo en voz alta "destilaré mi amor por Ligia".

Aquel domingo en la noche Miguel comenzó a destilar su amor en una pequeña libreta naranja sin usar que guardaba como repuesto para cuando se le acabase la del trabajo, y sintió desde aquel instante que su alma se purificaba a través de las palabras, destilándose sus sentimientos hasta el último fragmento... he aquí la primera página...

Puede que te ame
igual no te darás cuenta
distraída, indiferente
dejándome sin respuesta

puede que te desee
en mis pensamientos silenciosos
tímidos y complicados
estériles y fantásticos

puede que te sueñe
en las noches calientes
clara o difusamente
no dejándome dormir

y todo esto es
sin táctica ni estrategia
sin un plan de conquista
pero sí con ganas sinceras
de ti

amarte quisiera yo
aunque tú ni lo pienses
confiarte mis miedos
y empaparte de mis esperanzas

desearte quisiera yo
en mis noches y en mis días
inundando mis pensamientos
de tu pasión y tu locura

soñarte quisiera yo
en el descanso y en la vigilia
con el viento y el mar
acompañando a tu voz

pero lo cierto es que te amo
aunque no quieras darte cuenta
distraída, indiferente
dejándome sin respuesta

lo cierto es que te deseo
en cuerpo y pensamiento
anhelando el secreto
que tus labios esconden

y lo otro cierto es que te sueño
en las noches frías y calientes
despierto o durmiendo
de cualquier manera
eres la dueña de mis sueños

ahí estás
distraída e indiferente
dueña de mis sueños
de mis deseos
de mi amor

y yo, aquí estoy
desnudando mi alma
destilando mi amor
ofreciéndote mi corazón
sin táctica ni estrategia

Las misivas de amor siguieron... la semana siguiente a ese domingo Miguel Enrique envió cinco misivas, una por cada día de la semana en la que trabajaba la oficina de correos del pueblo de turno, y extrañamente se sintió progresivamente embriagado de una confianza y un amor propio que lo hacían angustiarse menos, pensar menos sus palabras y sobre todo, amar con más intensidad a Ligia Margarita de los Dolores.

El sábado, en la carretera, de camino a otro pueblo de turno y mientras sonaba en la radio la voz de una apasionada y elegante Eydie Gormé que hacía a Miguel Enrique deambular soñador por la letra y música de "Sabor a mí" se dio cuenta, de repente, de lo que implicaba "destilar su amor"... "destilar su amor" era sacar de sí lo que todavía no se atrevía a decirle a Ligia Margarita de los Dolores, y entendió a la vez que aún no había hecho saber a su amada toda la pasión y locura revueltas que inundaban su corazón, y sonrió, sí, sonrió, sonrió porque destilar su amor le había dado la hermosa revelación de que cuando se ama sin táctica ni estrategia no hay nada que pueda lamentarse, ni hoy, ni mañana, nunca. Y sabía, por alguna razón lo sabía, que algún día entregaría a Ligia Margarita de los Dolores aquella libreta naranja destiladora de su amor.

Ligia Margarita de los Dolores anhela con fervor todos los días y a cada instante una misiva de "su gallito flaco", y sueña, dormida y despierta, con él, con Miguel Enrique, aún y cuando luego de recibir cada dichosa misiva con una emoción infinita se siente a responder en su escritorio con su tinta azul y blanco papel  pensando como la mayor estratega que el amor conoció jamás.


domingo, 19 de abril de 2015

El vuelo final

El señor Mendoza siempre prefería caminar. Le gustaba, a pesar de su edad, caminar a todos los sitios a los que su rutinaria vida le pautaba ir: desde su casa a la de su hija Clara, de su casa a la panadería, de su casa a la frutería, de su casa a "la esquina de los amigos", de su casa a la funeraria, y en fin, a cualquier lugar, salvo extraordinarias excepciones, prefería ir caminando... y también las vueltas. Caminar era para el señor Mendoza, en sus propias palabras, como le había dicho alguna vez a su hija Clara ante un reclamo de esta en referencia a lo mucho que caminaba "desprenderse del peso acumulado a lo largo de los años, soltándolo poco a poco a través de las calles en forma de pensamientos".

El tiempo pocas veces apremiaba al señor Mendoza, así que todo podía hacerlo con calma, sin prisas y de una manera que él mismo llamaba "contemplativa", buscando detalles y respuestas con la simple y a la vez compleja "observación del alma", otro de sus términos predilectos. Solía afirmar también el señor Mendoza que todas las cosas en el mundo están cargadas de cierta esencia, natural u otorgada de alguna manera por un elemento de la misma naturaleza. Así, una libreta llena de notas podía estar cargada de infinitas emociones y sentimientos que alguna vez embargaron a su autor, o bien un árbol cincuentón de una avenida podía tener en su memoria de madera las historias y energías de medio siglo acumuladas en algún lugar. "Difícil de ver, sí, pero no imposible de contemplar" exponía firmemente y con emoción el señor Mendoza cada vez que tenía la oportunidad ante las sorprendidas caras de Diego y Clarita, sus dos pequeños nietos, su audiencia favorita, que luego del momentáneo trance buscaban de alguna manera "la esencia" en sus peluches de elefante y ballena, respectivamente.

Una tarde de mediados de abril, cuando el sol ya estaba por ocultarse, regresaba el señor Mendoza de la casa de su hija por la avenida principal de la ciudad, camino a "la esquina de los amigos", esos con los que había crecido y compartido tantos años... años llenos de amores, desamores, borracheras, confidencias y traiciones... pero amistad y años en su más pura esencia al fin y al cabo. Faltaba ya poco para aquella legendaria esquina cuando se detuvo en un cruce peatonal esperando el gentil gesto de algún conductor en aquella "ciudad de máquinas endemoniadas", y sí, así llamaba el señor Mendoza a la ciudad que lo vio nacer, pero es entendible dado su demostrado amor al placer de caminar, pero todo esto pasaría pronto a un segundo plano, porque mientras esperaba el señor Mendoza su turno para cruzar levantó la mirada hacia el cielo, y todo cambió...

Su mirada se encontró con tres grandes e imponentes arces, aquellos árboles tan característicos y asociados a su ciudad natal, y que desde donde en aquel momento caían con un peculiar y elegante movimiento algunos trozos secos de hojas que alguna vez durante su infancia llamó "hojas hélice", y esas hojas le hicieron recordar fugazmente aquellos años con nostalgia, y entonces entendió... e instantáneamente lágrimas dulces empezaron a caer sobre sus añejadas mejillas, porque finalmente había encontrado lo que toda su vida había estado buscando... y todo fue tan claro y nítido en aquel instante que ni notó cuando sin respiración y entre lágrimas de felicidad caía de espaldas bajo aquel cielo atardecido y su vieja boina caía a un costado llevada suavemente por una corriente de viento. Él simplemente seguía con su mirada fija en aquellos árboles que sin saberlo (o quizá sí lo sabían) le habían dicho tanto con sus "hojas hélice" caídas.

Aquella tarde de abril el señor Mendoza aprendió a leer al viento. Aquella tarde el señor Mendoza finalmente pudo creer con certeza y fe absolutas en algo que era invisible a sus ojos.

Luego de aquel día, su hija Clara va a todos lados caminando, salvo extraordinarias excepciones, y más aún si debe ir a algún sitio con Diego y Clarita. "¿A dónde fue el abuelo mamá?" preguntó Clarita hace poco... Clara, contemplando una ternura infinita en los ojos de su hija le respondió: "El abuelo caminó tanto aquella tarde luego de que estuvo por última vez con nosotros en casa que finalmente acabó por desprenderse de todo el peso que había acumulado a lo largo de sus años y comenzó a elevarse... y aún hoy está volando".

lunes, 23 de marzo de 2015

Aguas de marzo

"São as águas de março fechando o verão
É a promessa de vida no teu coração".

Águas de Março (Tom Jobim)



Todo pasa. El tiempo en ello es inflexible ciertamente... porque sí, todo pasa. ¿Por qué entonces tanta angustia? ¿por qué tanta ansiedad ante el ritmo de la vida? Si al final, siempre el tiempo ha sido igual y siempre lo será. Y sino ¿a dónde van los tiempos perdidos? ¿a dónde van los tiempos pasados anhelando el tiempo del mañana? simplemente no van, pasan estériles con nuestras mentes absortas en algo que no existe: el futuro.

El tiempo va a fluir constantemente, sin interrupciones, en un continuo caudal de sucesos y momentos, todos únicos y trascendentales aunque no los veamos así, como un río fluye hacia el mar sin detenerse, llueva o no, solitario o con seres de todas las especies nadando en él. Y ahí nosotros... muchas veces perdidos, muchas veces a punto de ahogarnos y tantas veces buscando las orillas para dejar de nadar, pero en el fondo, sabemos la verdad, sí, la de que hay que fluir siempre con el río del tiempo, sea duro o no, y aceptar las aguas como son, porque son las aguas las que nos llevan y enseñan constantemente, frías o cálidas, dulces o saladas. Benditas son las aguas de la vida.

Las aguas de hoy turbulentas están, pero lo mejor que puedo hacer en ellas es nadar con todas mis fuerzas, con todas mis ganas, con la promesa del mar que susurra mi fe, a veces fuerte, otras veces débil, pero siempre con la certeza de que las aguas de la vida nunca se detendrán, conmigo o sin mí, y si estoy aquí ¿por qué no voy a nadar?


jueves, 26 de febrero de 2015

El trovador

Han sido muchas librerías las visitadas por K hoy, y en ninguna ha hallado "El extranjero" de Camus. No es que lo esté buscando, hace años lo leyó y hace años también reposa en algún lugar de un viejo armario dentro de su pequeño cuarto, el punto es que en más de 20 grandes librerías de la señorial ciudad de V no consiguió K "El extranjero" de Camus. Sencillamente inaceptable.

"¿Qué está leyendo toda esta gente entonces?" se preguntaba K en una silenciosa pero ardiente rabia al salir de la última librería que visitó, donde el dependiente le acotó que si bien no tenían "El extranjero" de Camus podía ofrecerle la última edición de "Movimientos migratorios en la República de P". "Esto está fuera de control" se respondió K desanimadamente.

Había oscurecido ya, y K caminaba derrotado en dirección a su cuarto en la calle 42, su misión había fracasado, aunque no por eso dejaba K de mirar. Si algo tenía K era eso, amaba contemplar e intentar captar todo lo que pudiera en su entorno, más allá del mismo. Las calles de V eran una pena, grises y opacas, carentes de vida y de ritmo, con su gente triste y seca mirando al suelo, yendo con prisa, sin disfrutar el instante, sin curiosidad, sin encanto.

"Sin curiosidad, sin encanto" resonó como un eco... y entonces K entendió.

¿Cómo podía hallar "El extranjero" de Camus en una librería de V si sus calles estaban desalmadas? No hubiera sido coherente, tenía perfecto sentido la fallida aventura literaria de aquel día... y recordó además en ese momento otro detalle: no había sido Camus el único ausente, ni Cortázar, Huxley, Dostoieveski, Sagan o Zweig habían aparecido de casualidad en su búsqueda, sólo por nombrar algunos.

K siguió con su vista levantada, a pesar de que nadie en las calles de V le correspondiera con la mirada, y cosa rara, no se sentía tan mal ahora que entendía de qué se trataba todo, ni rabioso ni agobiado por la derrota. Quizás K se sintiera un poco extranjero de todo aquello y por eso su calma ahora, y quizás en su fuero interno era feliz de poseer todavía "curiosidad y encanto" en su alma, o quizá lo anterior no es más que dos "quizás".

Llegó finalmente K a la calle 42, y pronto se encontró subiendo con ansiedad por las escaleras malolientes del "Turpial 63", edificio que albergaba a su pequeño cuarto. Ya entre sus familiares y mohosas paredes K buscó casi con desesperación su vieja edición de "El Extranjero" entre sus ropas y diversos objetos guardados en el armario, y lo encontró.

Abrió maquinalmente la obra de Camus y leyó:

"Hoy mamá ha muerto. O tal vez ayer, no sé. He recibido un telegrama del asilo: <<Madre fallecida. Entierro mañana. Sentido pésame>>. Nada quiere decir. Tal vez fue ayer".

Y K se sintió a salvo.

martes, 6 de enero de 2015

La pelota

Desahogo, eso suele ser a veces escribir, un poco para escapar de la agobiante realidad y otro poco para saborear un universo solitario más placentero, y el resto puede ser cualquier cosa, depende de quien escriba, y todos tienen derecho a escribir, cualquier cosa, los versos más sublimes o los puntos suspensivos más largos que la literatura universal haya conocido.

Yo conozco gente que escribe a veces simplemente por escribir, gente como yo, y por ello ante todo no me siento con derecho a juzgar, pero me causa la duda porque me he dado cuenta que no es más que dar vueltas en un espacio esperando a que una idea caiga para correr tras ella y desarrollarla. Ahora bien, alguna vez he visto a una de estas ideas caer y he salido corriendo tras ella para atraparla y adueñarme de ella, pero justo al hacerlo me doy cuenta de que solo recuerdo escribir por escribir, y la idea es estéril en mis manos.

Entonces, ¿qué tan bueno es escribir por escribir?

Sinceramente no lo sé, pero sé que seguiré escribiendo, aunque sea por escribir cualquier cosa, dando vueltas en un parque imaginario esperando que alguna idea caiga, como la pelota que alguna vez arrojó Dylan Thomas jugando en el parque y que aún no ha tocado el suelo, y entonces saldré corriendo otra vez como un niño desesperado y feliz, aún y cuando no sepa qué haré exactamente con la pelota en mis manos.