domingo, 24 de julio de 2011

Aquellos tiempos

Alguna vez he tenido la sensación de que la vida va muy rápido, demasiado rápido para lo mucho que hay que ver, para lo mucho que hay que contemplar y sobre todo, para lo mucho que realmente hay que aprender a querer, a amar. Y aunque hablar de lentitud o rapidez puede carecer de sentido ante el argumento de que el tiempo es constante, sé de momentos que no conocen al tiempo y sé de tiempos que no condicionan momentos.

Sé de alguien que mientras estudiaba en bachillerato siempre el azar hizo que las clases de matemática fueran en su sección durante la última hora, antes de que el ansiado timbre anunciara una tarde libre de deberes formales, o al menos eso afirma aún, siempre con una sincera impresión de alguien que nunca deja de sentir curiosidad por "esas cosas del destino". Me cuenta que no se trataba de un sentimiento personal en contra de las matemáticas, pues aunque no era precisamente un apasionado de los números se consideraba hábil con ellos. Sus sentimientos en aquellos momentos giraban sobre todo en torno al tiempo... Sí, el tiempo, porque constantemente no dejaba de preguntarse si eventualmente en algún momento acabaría aquella clase llena de números y de letras que querían ser números, con una ansiedad que no sólo denotaba el querer ir a descubrir que habían hecho de comer en casa, sino una sensación de desesperación por comprender el ¿por qué? de su obsesión con el tiempo en cuanto a si era lento o rápido, o a si lo estaba aprovechando o no, divagando como estaba siempre.

Pues bien, muchas "clases de matemática" pasaron, para luego dejar de pasar, y hoy, cuando el bachillerato y los recreos ya quedaron atrás, "alguien" cree entender mejor al tiempo que antes, pues sabe que eventualmente las clases terminan, las películas llegan a su fin y las canciones dejan de sonar, para dar paso a otras clases, otras películas y otras canciones, pero ya no espera con ansias que terminen, sino que anhela captar de ellas sus sabias esencias, sus bellas imágenes y sus delicados sonidos, porque cree que de no hacerlo correría el riesgo de quedarse ciego y no ver, no contemplar, y sobre todo, no aprender a querer, a amar.

Y entonces la vida no pasará con lentitud o rapidez, porque se tratará más bien de captar los momentos, fluyendo con ellos, fugaces o infinitos, y así, sintiendo, nos olvidaremos del tiempo.

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