lunes, 29 de junio de 2015

Apuntes sobre el color rojo

Rojo, todo era rojo ante mis ojos.

Cerrados y tranquilos mis ojos, soñando, bajo aquel resplandor de sol caribeño.

Yo no quería abrir los ojos, quería vivir en aquel contraste de rojos, desde el negro hasta el amarillo, todo era tranquilidad,y ahí estaba yo, acostado sobre ardiente arena que no quemaba, arropaba.

El rojo es mi color favorito, lo sé desde que era un niño, por más que durante algún tiempo haya tratado de ignorarlo.

Rojo es el color del amado tomate y rojos los labios que anhelo, inocentes y ardientes, como estos granos de arena, aunque aquellos no arropan, queman, a distancia, con altiva indiferencia, pues nunca los he probado, pero son rojos, y eso me basta para imaginar, aquí, acostado, con los ojos cerrados, soñando, añorando, lleno de sol, en fin, feliz, a pesar de la sed.

La sed era azul, en contraste con tanto rojo, pero el agua estaba ahí, ante mí, yo solo debía levantarme y dejar el rojo atrás, más no era esa mi intención, ¿o acaso existe en el mar un lugar donde rojo y azul se funden calmando el deseo y la sed a la vez?

Tengo miedo, lo sé, porque más cómodo es estar arropado por las arenas de la imaginación que dejarse llevar por las aguas del deseo.

Es más fácil vivir con los ojos cerrados en el rojo imaginario que adentrarse en las aguas violentas de la pasión en la búsqueda del rojo que realmente amo, porque sí, el mar también puede ser rojo si se ahonda en su terrible profundidad, cerrando los ojos y abriéndolos en sus aguas saladas que endulzan el alma.

Rojo, todo era rojo, incluso ella, aunque no lo supiera con certeza, pero estaba seguro de que ella era rojo, aunque poco la conociera, rojo, igual que yo.




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